Blog para no olvidar mi viaje en moto a Nordkapp y Noruega. Y, bueno, algún otro viajecillo. Sin más pretensiones.

Primer viaje: Nordkapp en verano 2011, lo que viene a ser una vuelta en moto a lo largo de 8 países, en 17 días y con 13.000 kilómetros recorridos (11.000 en moto y 2.000 en ferrys)

Segundo viaje: Escapada a Marruecos en Navidad 2012.

Tercer viaje: Rumbo a Turquía: viaje en solitario a Turquía pasando por los Balcanes, en verano 2015. Casi 10.500 kms y 10 o 12 países (según se mire)

Cuarto viaje: THERE AND BACK AGAIN. Viaje en solitario a Lituania. Más de 8.000 kms en 8/9 días.

sábado, 28 de abril de 2012

DIA 15: jueves 28 de julio. KIEL (Alemania) – PARÍS (FRANCIA) 1.010 kms



Ver mapa más grande

Desayunamos en el buffet del barco. El desayuno está bien aunque tampoco es para morirse. Además, para ser un crucero con pretensiones de lujo, no parece razonable que tengamos que hacer varias veces cola porque se había agotado ahora el café, ahora el zumo, ahora tal otra cosa…tomamos cumplida venganza llevándonos cada uno una pieza de fruta y un yogur escondidos para más tarde. Sí, somos unos delincuentes, unos moteros malotes, ¿qué pasa?
A eso de las 10:30h y con 21º de temperatura, descendemos del barco y rodamos pausadamente por las calles de Kiel, siguiendo las señales que nos guían hacia la carretera que nos conducirá a Hamburgo. Aún cerca del muelle veo uno de los 70 puntos de venta de Louis, la celebérrima cadena de tiendas alemana de productos relacionados con las motos, y que cientos de moteros españoles conocen por haber realizado alguna compra en su tienda online (www.louis.de). A pesar de que tienen fama de ser productos de buena calidad y a buenos precios, yo aún no he comprado nada en Louis. Para este viaje he comprado en tiendas de Málaga: la mayor parte de la ropa de cordura la compramos en el imprescindible Outlet de Motos Garrido, algunos accesorios en Lidl (faja, guantes, monos de lluvia, botas de Begoña, cubrebotas…), la toma de corriente auxiliar de 12v en una tienda de artículos náuticos de Benalmádena, la bolsa impermeable para equipaje y algo de ropa en Decathlón, accesorios diversos como el control de crucero Crampbuster y otros gadgets en diferentes tiendas de motos… También he comprado online en diversas tiendas de varios países: cascos, botas, red de seguridad Pac-Safe y soporte para el móvil en Gran Bretaña; termómetro, cargador de móvil e intercomunicadores Bluetooh en China; defensas y cubre-puños para la moto en Alemania… pero nada en Louis!
Comienzan los que Javier llama “los kilómetros de la basura”, en clara analogía a los “minutos de la basura” en el deporte: aquellos del final de un partido en el que el resultado ya es inamovible y los jugadores sólo desean que finalice de una vez, porque no se puede cambiar nada ya.
Al pasar por Hamburgo, atravesamos un túnel en el que el calor y la humedad son asfixiantes. ¡Qué diferencia con los gélidos túneles de Noruega! No puedo evitar recordar con nostalgia el túnel de Nordkapp, a pesar de que allí pasé más frío que en el cumpleaños de Pingu.
Cada vez hace más calor. Nos detenemos a repostar en una gasolinera y aprovechamos para aligerar la ropa que llevamos puesta, Javier directamente cambia el modo a “configuración verano”. Cuando salgo de los aseos, veo que Javier ha entablado conversación con otros moteros que fuman a la salida de la cafetería. Son de Andorra, y realizan un recorrido similar al nuestro pero a un ritmo más pausado. Más que de Andorra parecen proceder de algún lugar del Caribe, de Jamaica o de alguna de esas paradisíacas islas donde impera una forma de entender la vida sin prisas ni acelerones. Viajan a ritmo de Bob Marley.
Atravesamos Alemania en un pispás, bajo un implacable sol, impropio de regiones tan septentrionales. Estamos cerca de la frontera con Holanda, a punto de abandonar el país, y Javier está algo preocupado porque se está quedando sin gasolina y no vemos señales de gasolinera. Y entonces, sin ninguna razón aparente, sucedió. Momento Nirvana. Momento Satori. ¿Que qué demonios es eso? Bueno, no me diréis que no suena bien: “Momento Nirvana”. Lo de “Momento Satori” lo incorporé tiempo después, cuando descubrí que efectivamente tenía ese nombre (link: momento satori) y que yo no era el único “colgao” que lo había experimentado alguna vez (por cierto, ¿recordáis el anuncio del whisky Suntory en esa fantástica película que es Lost in Translation?). 



A ver: denomino con tan exóticos nombres a esos breves y esporádicos momentos en los que, de repente, siento que todas las piezas del Universo encajan, que todo es como tiene que ser, todo es perfecto, y una suave sensación de paz me inunda. No son sensaciones que uno tenga a diario, sólo de vez en cuando. He observado que siempre me ha sucedido cuando estoy solo, y que es la tercera vez que me sucede sobre una moto. Es cierto que esta vez voy viajando con un amigo, pero cuando conduces una moto,  en realidad debajo del casco estás tú solo con tus pensamientos. Sí, lo sé, estoy entrando en un terreno muy personal. Pero ¿sabes qué pasa? Que este es mi blog, así que escribo lo que me apetece. Y si no te gusta, pues nadie te obliga a leerlo. Así que, si sigues adelante, luego no me vengas a tocar las narices. Decía, antes de que me interrumpieras, que había tenido un inesperado momento Nirvana (o Satori). En ese instante, comprendí todo: porqué estaba allí en ese preciso instante, porqué había tenido que ir hasta aquellas latitudes boreales (el puto fin del mundo en el norte), porqué había comprado la Harley Davidson y porqué la había vendido, porqué en los últimos años había conocido a determinadas personas que a la postre habían resultado ser tan importantes para mí, porqué seguía casado con Begoña, y porqué siempre seguiría enamorado de ella. Dí las gracias mentalmente (y espiritualmente) a todos mis amigos y familia, especialmente a mi amiga Carin, la persona que me enseñó que se puede perseguir un sueño y además alcanzarlo, sin ella nunca habría iniciado este viaje. En fin, supe que todo estaba bien, que las cosas son como tienen que ser, y que todo era perfecto así. Y no me preguntéis cómo. Simplemente, lo supe. Y sonreí feliz.



La gasolinera ya apestaba, pero cuando nos quitamos
 las botas, no te digo ná la que se lió...

Entramos en Holanda. Por suerte, poco antes de que la Triumph agote su depósito, conseguimos llegar a una apestosa gasolinera, donde después de repostar aprovechamos la parada para comer un sándwich.

Killo, saca el bocata!
Tras el frugal almuerzo, poco después de incorporarnos a la carretera de nuevo, nos cayó un fuerte chaparrón, y más tarde otro cerca de Breda. La verdad es que, si bien refrescaron el ambiente, resultaron de lo más molesto porque la espesa cortina de lluvia y el barrillo que los coches levantaban con las ruedas redujeron la visibilidad casi a cero, haciendo bastante peligrosos y cansados esos tramos.


Salimos de Holanda y atravesamos Bélgica también con gran rapidez, sin otra novedad que la de tomar un par de cafés para hacer más llevadera la fatiga. En estos momentos, Javier dice una de sus míticas frases: “¡Estoy hasta la p… de moto!”. Es curioso. Durante todo el viaje, yo en ningún momento me he sentido así, harto de moto. En las ocasiones en que me he sentido cansado, con hambre, o bajo la molesta lluvia, nunca estaba harto de moto. Quizá sí que pensé que estaba harto cuando llovía un día tras otro, pero estaba "hasta los coj... de la puñetera lluvia" (y así lo grité dentro del casco), no de conducir la moto en sí.
Es tarde, cerca de París vamos consultando el GPS para buscar un hotel donde pasar la noche. Somos dos moteros aguerridos y heterosexuales, y por mucho que estemos cerca de París, no sentimos la necesidad de pasar una noche romántica en ningún puñetero hotel en la Avenue des Champs-Élysées, así que buscamos algo por los alrededores, que además resultará más barato. Por fin, después de varios intentos, encontramos alojamiento en el Mercure Hotel, establecimiento situado en el Aeropuerto Charles de Gaulle, poco antes de París. Son las 23:30 de la noche cuando nos inscribimos, y la cena es hasta las doce, así que dejamos el equipaje en la habitación y bajamos a cenar.

El hotel está bastante bien, aunque la camarera rubia de la barra tiene una cara de malafollá que no puede con ella. Nos dirigimos a ella en inglés y dice que no, que sólo habla francés. ¿Una camarera en un hotel de un aeropuerto internacional que no habla inglés? ¡Venga ya! Por fin viene un camarero más educado y amable, hablamos en inglés con él y conseguimos cenar. Eso sí, a precio “noruego”: por dos ensaladas (una ensalada César y una CDG Roma) y dos cervezas nos clavaron 40 pavos. Cuando estábamos terminando de cenar, se nos acercó la “amable” camarera para preguntarnos –en francés- cuál era el número de nuestra habitación para cargar la cena en nuestra cuenta. Dado que no hablaba inglés, le contestamos indicando los números con los dedos, y entonces va y dice la muy zorra: “No, no, in english, please”.
Los franceses tienen fama de no ser demasiado agradables con los extranjeros que les visitan, especialmente con aquellos que no hablan francés. Probablemente sea un tópico, y seguro que hay miles de franceses súper agradables y súper amables, pero mira tú por dónde, a nosotros nos tocó la camarera del tópico. O tal vez sólo suceda que la pobre rubia es gilipollas.

Después de más de mil kilómetros sobre la moto, apetece pasear un poco. Salimos a la puerta del hotel a estirar las piernas, y caminamos hasta un parquecito que hay a escasos metros del hotel. Durante una media hora charlamos relajadamente sobre lo divino y lo humano, para gran fastidio de los conejos allí residentes, que de vez en cuando se cambiaban de un arbusto a otro buscando un alojamiento más silencioso, pensando para sus adentros “Merde espagnole…!”



OTRAS FOTOS...PUES VA A SER QUE NO!
Ea, se acabaron las fotos guapas. En lugar de eso, os voy a regalar un par de Momentos Satori recuperados de mi Facebook, y un vídeo que me encanta (a pesar de ser publicidad de un banco…por esta vez se lo perdonaremos, realmente vale la pena):
Miré el reloj del ordenador: eran casi las dos de la madrugada. Hacía calor. Salí al jardín y, tras un segundo de duda, me quité la ropa y me tiré de cabeza a la piscina. El agua estaba inusualmente caliente, especialmente los diez o quince centímetros superiores. Después de nadar un poco, dejé que mi cuerpo descansara flotando boca arriba, con los talones de los pies reposando en la escalera, sobre el gresite del primer escalón sumergido. Así permanecí un par de minutos, abandonado al suave vaivén de un oleaje inexistente, sumido en un silencio subacuático y contemplando las estrellas, intentando identificar las constelaciones aprendidas cuando era casi un niño. Entonces sucedió el “momento nirvana”. Justo en el momento en que me llegó el dulce olor de las flores de la dama de noche, en esa exacta fracción de segundo, allí, suspendido en la semiingravidez, todo fue perfecto. Durante un nanosegundo, la paz fue infinita, el Universo fue perfecto, la vida tuvo sentido. El nirvana en la punta de los dedos.
Otras veces he tenido otros “momentos nirvana”, y normalmente han durado apenas un par de segundos. Esa noche ni siquiera llegó a ser un segundo. Apenas un flash. Pero en ese medio segundo cósmico se condensa el sentido de toda una vida. Por eso, en este particular momento, estoy agradecido. Y por eso lo comparto con vosotros.
Y sí, podéis reíros. ¡Pocas cosas más maravillosas que la risa!
Que la vida os llene de momentos nirvana.
Un abrazo de más de cinco segundos.
_______________________________________________________________________
Una tarde magnífica en compañía de amigos. Espetos y cervecitas. Risas, confidencias. Una Coca Cola mirando al mar. Al anochecer, vuelvo a casa. Atravieso el crepúsculo rodando tranquilo, disfrutando de la brisa en mi rostro a una temperatura simplemente perfecta. Debajo de mí, la moto ronronea dulcemente, como un gato satisfecho. Pienso en el último abrazo de despedida, y descubro sin mucha sorpresa que mis labios han dibujado una amplia sonrisa debajo del casco. Entonces, sin intervención consciente por mi parte, parpadeo mucho más lento de lo habitual, tal vez durante más de un segundo, y mis ojos se abren de nuevo suavemente. Flash. Momento nirvana.
 _________________________________________________________________________
Este vídeo es genial:




Bueno, anda, el fragmento del anuncio de Suntory completo:


martes, 3 de abril de 2012

DIA 14: miércoles 27 de julio. OSLO – KIEL (Alemania) –700 kms en barco-


Bajamos a desayunar al comedor del hotel. Mientras comemos, miro a mi alrededor. La inmensa mayoría de los huéspedes son chavales jóvenes, probablemente estudiantes tipo Erasmus, que desayunan mientras leen absortos sus libros subrayados. Una chica de origen oriental teclea afanosamente en un portátil. Al terminar el desayuno, hay que retirar las bandejas, como en un Mc Donalds pero dando un paso más: colocamos ordenadamente el contenido de las bandejas en sus lugares correspondientes, de manera que quedan listos para introducir en el lavavajillas (aquí los cubiertos, aquí los vasos, los platos en la rejilla…). Definitivamente este lugar es más una residencia escolar que un hotel.

Descargando el equipaje en el aeropuerto
Salimos a la calle y cargamos las motos. Hoy también hace un buen día, y los 50 kms de autovía hasta el aeropuerto de Gardermoen no resultan muy pesados, a pesar del tráfico. Aparcamos en la puerta y descargamos el equipaje de Begoña. Con un nudo en la garganta me despido de mi peque hasta dentro de unos días.


Jooo...qué penita...

Volvemos a Oslo, y el GPS nos lleva al muelle desde el que saldrá nuestro barco. Mostramos nuestros documentos y el número de reserva al tipo de la garita, y nos ponemos en la cola de las motos para entrar al barco. Mientras esperamos, Javier aprovecha para tensar un poco la cadena de su Triumph, y yo compruebo el nivel del aceite de mi GS. Unos moteros alemanes se acercan y charlamos un poco.  Uno de ellos dice que ha ido varias veces a España con su moto. También tiene una red Pacsafe (es una red de acero que envuelve y protege el equipaje contra los robos http://pacsafe.com/), <para cuando va a España, porque en Alemania no la necesita> Brrr…me duele mucho el comentario, pero lo que más me duele es que tenga razón. Durante la mayor parte del viaje hemos gozado de una tranquilidad total respecto a la seguridad de las motos y del equipaje. En Finlandia y Noruega, dejábamos los cascos, chaquetas, guantes…todo, sobre la moto y entrábamos en la gasolinera a pagar, tomar café, ir al servicio… Por desgracia, al irse acercando a Francia hay que abandonar tales costumbres. Los mediterráneos en general somos gente de poco fiar, y los españoles en particular somos unos chorizos de cuidado. En España te dejas los guantes sobre la moto al entrar en casa, y al salir de nuevo han desaparecido. Y lo jodido es que quien te los ha robado es tu vecino.

Nuestro barquito.

¡Somos unos expertos ya!

Por fin nos toca subir al barco. Se trata del Color Fantasy, de la Compañía Color Line, pero no es exactamente un ferry, en realidad se trata de un crucero, no muy grande, pero un crucero al fin y al cabo. ¡Cojonudo! ¡De nuevo hemos triunfado como Los Chichos! Con la soltura de los viajeros experimentados que nos sentimos ya, subimos las motos al barco y las sujetamos con las cinchas.

Ya te digo...
Acabamos de llegar a nuestro camarote acarreando el equipaje, cuando recibo un sms de Begoña. El aeropuerto donde la dejamos no es el correcto. Su vuelo sale de otro aeropuerto. Nos quedamos helados. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Pero en Oslo hay más de un aeropuerto? En la guía de Javier y en la mía sólo aparece uno. Bueno, pues resulta que sí. Nosotros la hemos dejado en el aeropuerto de Gardermoen, a 50 kms al norte de Oslo, y su vuelo sale del de Torp, que está a 110 kms al sur de Oslo, o sea, ¡a 160 kms de donde la hemos dejado! La llamo e intento tranquilizarla, y de paso tranquilizarme yo. Por suerte, si hay una mujer capaz de desenvolverse en cualquier situación y resolver este tipo de jaleos, es Begoña. Nos va retransmitiendo en tiempo real, vía sms, su periplo intentando conseguir un medio de transporte hasta Torp: en la oficina de Información descartan el tren, a pesar de que allí hay una parada (¿?), le indican que lo mejor es el taxi o el autobús. El taxista le pide 300€ y ella se escandaliza ¿300 euros? ¿estamos tontos? ¡Ni de coña, guapo! Además, ya había cambiado el dinero y apenas llevaba algo de calderilla. Para colmo, a Begoña no le gustan los taxis…en fin, manías suyas. Corre a la parada del autobús: hay una cola enorme. El primer autobús a Oslo se llena antes de que llegue su turno. Bueno, el siguiente llegará en unos 15 minutos, si lo coge tal vez pueda enlazar con el bus que lleva a Torp. Efectivamente, consigue el enlace con el único autobús que podía llevarle al aeropuerto esa tarde, pero, ¿llegará con  suficiente tiempo? Pues…¡por los pelos! Llega al aeropuerto una media hora antes de salir el vuelo. Los tres respiramos con alivio. Casi 4 horas después y con mucha pena, subirá a su coche en un triste y solitario aeropuerto de Málaga. Para ella, el viaje ha terminado.

 
Mientras todo esto sucede, nosotros nos vamos acomodando en el barco. Dispuestos a despedirnos de Oslo mientras zarpamos, salimos a cubierta y buscamos la popa. Mientras nos dirigimos hacia allí, veo que hay unas mamparas de cristal oscurecido en la cubierta, supongo que para proteger al pasaje del viento. Estoy pasando a través del espacio que hay entre ellas cuando oigo un ¡Blomm! No me lo puedo creer. Javier no ha visto el cristal y se ha estampado de bruces contra la mampara. Me descojono a base de bien un buen rato…este chico es una fábrica de anécdotas ambulante!!!


Recreación de los hechos en el escenario del crimen.

 
Apoyados en la barandilla, sosteniendo cada uno en la mano sendas cerveza Lettøl que hemos introducido de estraperlo, contemplamos con cierta tristeza cómo nos alejamos lentamente de Noruega. En nuestro ánimo, de alguna manera, comienza a hacerse patente que el viaje se encamina hacia su irremediable final. Brindamos por Escandinavia y nos despedimos de ella con pesar.

Entramos y recorremos el barco buscando dónde comer. Al final nos decidimos por un establecimiento con el hispánico nombre de Tapa´s bar, donde aparte de unas aceptables tapas, nos calzamos unas magníficas y turbias cervezas de trigo, bastante mejores que las tristes cervezas de 2,5 grados que bebimos en cubierta.
Por fin cerveza decente!!

Enfrente hay una tienda tax-free, en la que hacemos una rápida incursión para aprovisionarnos del indispensable Jägermeister y de algunas cosillas más, como unas botellitas del inefable Aquavit. ¿Que qué puñetas es eso? Os lo explico. Veréis, el aquavit (también conocido como Akvavit) es una bebida destilada de 40º, típica escandinava. Su nombre procede de aqua vitae, que significa "agua de la vida" en latín. Viene a ser algo parecido al vodka. Y sabe a rayos fritos, os lo juro, ni agua de la vida ni puñetas, eso es matarratas mezclado con aguarrás. Vamos, que su uso más adecuado debe de ser desatascar inodoros. Claro que en ese momento nosotros no lo sabíamos, y creímos que sería una buena idea comprar una botellitas para beberlas con los amigos mientras recordábamos el viaje. En fin, así lo hicimos, y desde entonces los citados amigos no han vuelto a aparecer por mi casa…

 
Subimos a cubierta y damos buena cuenta del Jägermeister, con fines medicinales, claro, ya sabéis que es un excelente digestivo. Se está tan a gusto, que nos echamos una siestecita en cubierta… ¡somos españoles, coño, hay que respetar las costumbres patrias!


Cuando los vapores del Jägermeister se disipan, bajamos al camarote. Javier se marcha al gimnasio, cuesta 12€ pero está muy completo, tiene hasta jacuzzi y sauna. Yo no me decido a ir y me quedo allí solo viendo la tele, disfrutando de la ya desacostumbrada tranquilidad de no tener nada que hacer.

Comedor de popa.
Al caer la noche cenamos en un restaurante italiano, cena servida por un camarero portugués que hablaba español, y que fue tan solícito y amable que no cabía ninguna duda de que lo que buscaba (y consiguió, se lo había currado) era una buena propina.



Dando un paseo de vuelta al camarote, descubrimos un disco-pub semi desértico. Entramos para tomar la última. En la pista de baile había dos noruegas completamente borrachas y desfasando por momentos, tres alemanas carentes por completo del sentido del ritmo, y dos chicos alemanes que Javier apodó “Los Pelochos”, aunque en realidad a quien se parecían es a esa especie de agente secreto con pelo afro que sale en el anuncio del 11811. Después de que nos apurásemos dos Heineken, las alemanas seguían en la pista repitiendo exactamente el mismo paso de baile, como unas conejitas Duracell con algún fallo mecánico. Por suerte allí estaba Javier, transmutado en Mesala,  para mostrar al mundo cómo hay que mover el esqueleto en una pista de baile…

Aburridos de ver a las noruegas entrar y salir de la pista creyéndose divinas de la muerte mientras se sujetaban la una a la otra para no caer al suelo, y a los Pelochos que seguían sin triunfar, nos marchamos a dormir algo pasadas las doce. En la pista, una de las alemanas aún repetía su paso de baile una y otra vez, indiferente a los cambios de música o de ritmo, en una especie de perpetuum mobile germánico.


LAS FOTILLOS QUE NO HE PUESTO AÚN:

Ejem...la despedida
Saliendo del puerto de Oslo.


Interior del barco.



Al fondo, Oslo. En primer plano, el culpable de este blog.

Adiós, Escandinavia. Ojalá nos veamos de nuevo pronto.

Las chimeneas del barco eran de estética tipo Asterix

Las mamparas son como para verlas, o no? Vaya despiste, vamos no me jodas...

Nuestro lugar en el mundo ese día.