Blog para no olvidar mi viaje en moto a Nordkapp y Noruega. Y, bueno, algún otro viajecillo. Sin más pretensiones.

Primer viaje: Nordkapp en verano 2011, lo que viene a ser una vuelta en moto a lo largo de 8 países, en 17 días y con 13.000 kilómetros recorridos (11.000 en moto y 2.000 en ferrys)

Segundo viaje: Escapada a Marruecos en Navidad 2012.

Tercer viaje: Rumbo a Turquía: viaje en solitario a Turquía pasando por los Balcanes, en verano 2015. Casi 10.500 kms y 10 o 12 países (según se mire)

Cuarto viaje: THERE AND BACK AGAIN. Viaje en solitario a Lituania. Más de 8.000 kms en 8/9 días.

viernes, 19 de octubre de 2012

DIA 17: sábado 30 de julio. BURGOS – CASA (Málaga) 800 Kms.




Siento el tono triste de esta última entrada del blog, contrariamente a lo acostumbrado, pero el final del viaje lo hace inevitable.

Mientras Javier se ducha, yo envío un sms a Begoña. Mis sentimientos son contradictorios: por una parte quiero volver a estar con ella y con los niños, pero por otra parte no quiero llegar a casa aún, no quiero que el viaje termine. Han sido sólo 17 días, que han pasado en un suspiro. No. No quiero volver aún.

Cargados con todo el equipaje entramos a duras penas en el pequeño ascensor. En lugar de ponerse en marcha, se oye un desagradable pitido. –Pulsa de nuevo!-. Nada. Otro pitido, pero no se mueve. Estupendo: el ascensor no funciona. De modo que recogemos de nuevo los bártulos y bajamos por la estrecha y empinada escalera, sorteando a inquilinos de otras plantas y a los jubilados que suben a desayunar al comedor del primer piso.

Nuestras motos nos están esperando en la calle, afortunadamente sin pretensiones recaudatorias municipales pegadas a la pantalla, y tras cargarlas rodamos por las aún poco transitadas calles, despidiéndonos de la ciudad.
Cerca del río, Tizona en mano, Rodrigo Díaz -el Cid Campeador- nos permite marchar sin más, viendo quizás en nosotros los herederos de aquellos caballeros que antaño le acompañaron recorriendo llanuras y montañas. Añorando, tal vez, los tiempos en que a lomos de Babieca recorría la península venciendo batalla tras batalla, hace casi mil años.



Nos hemos equipado con la “Configuración cebolla”, ya que salimos con 16º pero suponemos que la temperatura ascenderá con rapidez, como así sucedió. Aprovechamos cada parada para irnos quitando alguna capa, hasta quedar finalmente sólo con el equipo de verano bien avanzada la mañana.

Rodeamos Madrid por las radiales a fin de evitar el tráfico. Según Javier, en los kilómetros finales de un viaje es cuando la probabilidad de tener un accidente es mayor, debido al cansancio y a la sensación de que el viaje ha terminado, que hace que disminuya el nivel de atención, de modo que procuro tener dicha advertencia presente y conduzco con cuidado e intentando mantener la atención.
Nos detenemos a comer un bocadillo de jamón y una coca-cola en Puerto Lápice. Cada vez hablamos menos entre nosotros, y no, no es a causa del cansancio, sino del bajón emocional que nos produce estar tan cerca del final.

Pasamos junto a mi ciudad natal, Jaén, con 38º de temperatura. Nunca me acostumbré al calor del verano en mi tierra, que sobre la moto no es en absoluto agradable. Continuamos hacia Granada, y Javier se sobresalta al ver un radar de la Guardia Civil, pues cree que le han “cazado”. Trato de tranquilizarle diciéndole que íbamos a velocidad legal o quizá sólo muy ligeramente por encima, y, aunque no quedó muy convencido, el tiempo me dio la razón pues nunca recibió la foto de “Recuerdo de Granada”. Poco después paramos por última vez, en Loja. No necesitábamos repostar ni descansar, era sólo una táctica dilatoria para prolongar agónicamente los últimos estertores del viaje. Se acaba chico, esto se acaba.



Inevitablemente llegamos a Málaga. Allí nos tomamos la última cerveza del viaje, acompañados por “Tolito”. Foto y fuerte abrazo de despedida. Lentamente vuelvo a la carretera para dirigirme a mi casa, ahora ya en solitario. Ruedo despacio, saboreando los últimos kilómetros, y pensando que es la primera vez que he viajado, y que hasta ahora sólo había hecho turismo. La sensación de libertad, el no tener hoteles reservados, ni billetes de avión o barco, no saber dónde voy a dormir mañana o esa misma noche, ni siquiera tener un itinerario definido, han hecho mella en mí. Por desgracia, las responsabilidades familiares y la economía no me van a permitir realizar muchos viajes de este tipo, pero ahora sé que así es como quiero viajar.

Al llegar a mi calle, veo que en la puerta de mi casa me espera un comité de recepción compuesto por Begoña, mis tres hijos y mi hermana Maribel. Dentro, los niños han hecho incluso pancartas de bienvenida. Nos abrazamos todos alegremente. He llegado a casa. El viaje ha terminado. Pero dentro de mí crece la firme convicción de que habrá más viajes de este tipo. Sí, así se junten el cielo y la tierra que los habrá. Tal y como se solía decir: “El rey ha muerto, larga vida al rey”, así digo yo: “El viaje ha terminado, comienza el viaje!”




¡¡Si hasta tengo pancarta de bienvenida!!

Video y final


He tardado un año en terminar este blog, por la absurda sensación de que una vez que publicase el último día, el viaje realmente habría terminado. Las condiciones socioeconómicas no presagian más viajes de este tipo de forma inminente, lo cual me hacía refrenarme aún más en su publicación. No obstante, confío en que en un par de años -o en tres, o...- pueda hacer otro viaje. ¿Islandia, Capadocia, Tallín? Ya se verá. De lo que estoy seguro es de que, solo o acompañado, volveré a rodar sin hotel, horario, ni destino concreto para el día siguiente. Sólo un rumbo en la rosa de los vientos, un rumbo lejano, inconcreto. Para poder recordar por las mañanas, siempre al montar en la moto, la voz de Javier preguntándome: -Baduuu!!! ¿Hacia dónde vamos?- y mi propia voz, dándole siempre la misma respuesta: -“¡Rumbo hacia el Nooorteee!-.

Gracias infinitas a Begoña y a Javier por acompañarme. No podría haber elegido mejores compañeros de viaje, y no es peloteo ni un convencionalismo, es la pura realidad. Aguantar durante muchas horas sobre la moto, haciendo cientos de kilómetros diarios, sin comidas “normales” y sin saber dónde vas a dormir, no está al alcance de cualquiera, y Begoña lo hizo sin tener jamás una protesta, al contrario: disfrutando de cada minuto del viaje. Y Javier ha sido el compañero ideal: divertido, resolutivo, amable y comprensivo, y además abriendo camino con su inglés, mucho más fluido que el mío.

Y gracias a ti, seas quien seas, por estar leyendo este blog. A pesar de que en realidad lo he escrito para mí, para no olvidar los detalles del viaje, me gustaría pensar que quizás te haya servido para algo, tal vez para darte alguna idea de qué hacer o no hacer en alguno de tus viajes, o si no, al menos para entretenerte en un día de lluvia, a pesar de sus evidentes carencias. No tiene más pretensiones, en realidad.

Perdonadme el desvarío cultureta, pero no puedo resistirme a concluir este blog con el maravilloso e inspirador poema de Constantino Cavafis: Ítaca.

Porque yo, ahora, ya sé lo qué significan las Ítacas.

CONSTANTINO CAVAFIS
(1863-1933)
ÍTACA 
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
no temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Itaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.



Voy a dejar también otra versión mucho más sencilla, el fragmento de "Viaje cap Itaca" (Viaje hacia Itaca), de Lluis Llach, basado en el poema de Cavafis. Aunque sin duda prefiero el original.

Cuando emprendes el viaje hacia Itaca
debes pedir que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
Debes pedir que el camino sea largo,
que sean muchas las madrugadas
en las que entres en un puerto que tus ojos desconocían
y vayas a ciudades a aprender de quienes saben.
Ten siempre en el corazón la idea de Itaca.
Has de llegar a ella, éste es tu destino,
pero no fuerces jamás la travesía.
Es preferible que se prolongue muchos años,
y hayas envejecido ya al fondear en la isla,
enriquecido por todo lo que habrás ganado en el camino
sin esperar que te ofrezca más riquezas.
Itaca te ha dado el hermoso viaje
sin ella no habrías zarpado.
Y si la encuentras pobre, no pienses que Itaca
te engañó. Como sabio en que te habrás convertido,
sabrás muy bien lo qué significan las Itacas.




Ráfagas al cielo por mi hermano, que no pudo ver este blog pero que sé que me acompañó en cada uno de los kilómetros de este viaje, y ráfagas por J.C., a quien los quitamiedos asesinos me privaron de conocer.


VERY GOOD, VERY GOOD MY FRIEND!!!


(Con permiso de Miquel Silvestre, "propietario del copyright" de la expresión! Jejeje)




jueves, 21 de junio de 2012

DIA 16: viernes 29 de julio. PARÍS (FRANCIA) – BURGOS (ESPAÑA): 1035 Kms.


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En la habitación del hotel hay un hervidor de agua y sobrecitos de café e infusiones. Desayunamos un café de sobre con alguna cosilla de comer de las que aún llevamos en el equipaje, y nos ponemos en marcha.



El día ha amanecido frío y gris, y no invita precisamente al buen humor. Bajo un cielo plomizo y amenazador, cargamos las motos en el parking descubierto del hotel donde anoche las habíamos dejado aparcadas "by the face", mientras despotricamos aún de la camarera de anoche. Nos alejamos del Aeropuerto Charles de Gaulle en dirección a París, sin ser conscientes del intenso tráfico que nos vamos a encontrar. Cruzar París en hora punta: demencial. Pero hacemos un descubrimiento asombroso: los “Carriles Autogenerables para Moteros”. ¿Ezoquéehloqueéhh? Pues resulta que los conductores de los coches de París, cuando te ven acercarte a través de su espejo retrovisor, se apartan a los lados generando un carril entre las filas de coches por los que circulan las motos eludiendo el atasco. ¡Bien por los franceses, no todos son tan capullos como la camarera! ¡Vamos, igualito que en España, donde los coches se cierran para no dejarte pasar! Que digo yo: ¿por qué lo hacen? ¿Acaso creen que si no nos dejan pasar, sus coches van a llegar antes? Puñetera envidia española… Gallifante para los franceses, Ruperta para los españoles.

Las motos circulan por estos estrechos carriles como poseídas por los demonios. Mi BMW cargada de equipaje es mucho más ancha que las motos y que los inodoros perdón, escúteres franceses, y a pesar de que voy algo más rápido de lo que me parece prudente para mi tamaño, las puñeteras motos gabachas me van pitando para que me aparte. De vez en cuando encuentro un hueco entre los coches y me aparto para que pasen unos doscientos enfurecidos energúmenos motorizados, que hacen que me pregunte por qué puñetas los franceses no destacan en los campeonatos de motociclismo con semejante cantera. Con este trajín, Javier y yo nos perdemos de vista en algunos momentos, e incluso a veces los interfonos pierden la conexión debido a la distancia que nos separa, a pesar de que siempre intentamos mantener el contacto visual. En cualquier caso siempre nos reencontramos en pocos minutos. Gracias a los Carriles Autogenerables, atravesar París se hace menos pesado de lo que inicialmente nos tememos, aunque el tráfico es infernal.

Por fin salimos a carretera abierta. Hace frío, Javier lleva ropa de verano así que se detiene para abrigarse un poco más. Cerca de Orleáns encontramos un largo tramo de obras y el tráfico se hace muy lento. Está claro que hoy no va a ser uno de los mejores días para rodar.
Las carreteras por las que cruzamos Francia de vuelta no son las mismas que recorrimos en el viaje de ida, lo cual se nota, y mucho. El asfalto está en peor estado, y el tráfico es más intenso. Lo único que no cambia es la abundancia de peajes. En uno de ellos había un control de la “Gendarmerie” registrando vehículos, supongo que buscando delincuentes o droga. Por un momento tememos que nos den el alto y nos registren, lo que supondría tener que sacar todo el equipaje para luego tener que volver a acomodarlo todo. Semejante circunstancia habría implicado un retraso considerable y el consiguiente cabreo, tampoco desdeñable. Eso descartando que les parezcamos atractivos y se les ocurra explorar nuestras cavidades corporales, que fíate tú… Por suerte no les parecemos ni atractivos ni sospechosos, y nos permiten continuar nuestro camino sin ninguna molestia. Es curioso, recuerdo que a la ida sólo vimos un único gendarme en todo el trayecto, circulando por la autopista en moto a más velocidad de la permitida y en mangas de camisa.



Paramos en una gasolinera para comer un sándwich, la chica que me atiende es simpática y amable, lo cual continúa puliendo la mala impresión de los franceses que ocasionó la camarera del hotel. Aprovechamos el descanso para pegar en las maletas de nuestras incansables monturas las emblemáticas pegatinas de los putos renos, y en la cúpula delantera la de Nordkapp. Joder, es que venimos de Nordkapp, tío, qué pasada. Cómo mola.
Esa pegata de Nordkapp wena, con sus mosquitos "espachurraos" y tooo...!!


Sin incidentes dignos de mención dejamos atrás el país vecino y volvemos a nuestra querida España a través de Irún. Nos detenemos en la primera gasolinera que encontramos para buscar alojamiento en Burgos, lugar donde hemos decidido pernoctar. Mientras Javier consulta la base de datos de su GPS, entro al servicio de la gasolinera. La impresión es demoledora: todo tiene un aspecto sucio, viejo, en mal estado de conservación, y lo peor: un hedor insoportable. La comparación con las gasolineras escandinavas es inevitable y terrible. Qué rabia y qué vergüenza. Salgo en cuanto puedo de allí. Mientras, Javier ha reservado por teléfono un hotel en el centro a buen precio, de modo que continuamos por la autovía rodeados de preciosos paisajes en dirección a Burgos.

El hotel es antiguo, pero barato y muy céntrico, así que nos vale. Aparcamos las motos frente a la puerta del hotel, sobre la acera, ya que el recepcionista nos dice que la policía ya no las importunará hasta el día siguiente por la mañana, y para entonces nos habremos marchado. Subimos a la habitación. Es vetusta pero limpia y correcta. Después de ducharnos, bajamos decididos a calzarnos un buen chuletón para celebrar la última noche del viaje. El recepcionista nos aconseja Casa Pancho, así que nos ponemos en marcha por las calles burgalesas, bastante animadas como corresponde a la noche de un viernes de verano. Encontramos fácilmente el restaurante en una bulliciosa calle llena de bares y restaurantes, y nos acomodamos en una mesa de la planta superior. Para ir haciendo boca pedimos una fuente de ensaladilla de bacalao que estaba para chuparse los dedos, y mientras apurábamos unas cervecitas llamamos de nuevo a la camarera para pedirle lo que llamarían los franceses el “plat de résistance”, o sea, el plato fuerte (principal), que en este caso iba a ser un chuletón de un kilo para cada uno. La camarera nos miró con escepticismo, y nos aconsejó inocentemente que pidiésemos sólo uno para ambos, que el chuletón venía con una fuente de patatas y pimientos fritos y ya habíamos dado cuenta de la ensaladilla de bacalao. Nos miramos el uno al otro con una sonrisa en los labios, pero no quisimos contrariarla y le dijimos que vale, que trajera sólo un chuletón, pero que el otro no lo dejara lejos porque iba a caer en pocos minutos…como así fue, con su correspondiente fuente de patatas y pimientos, todo ello bien acompañado de una botella de Ribera del Duero, un Pago de los Capellanes que sabía a gloria bendita. Una cena fabulosa. Mejor que en un kebab, oiga…

El segundo chuletón de kilo. Ojú qué cena más rica!!

Liquidados los dos kilos de buey con todos sus avíos, salimos a dar un paseo para bajar la comida… bueno, en realidad fuimos a un local que nos aconsejó la camarera, donde nos pusieron las copas mejor preparadas que he tomado en mi vida. No sólo la presentación era espectacular, con frutas y pétalos de rosa dentro de la copa, sino que el sabor en sí era fantástico. Lástima no recordar el nombre del local. 

La presentación, bien currada. Y de sabor, excepcionalmente buenas!

Uy qué ojillos tenemos ya... de sueño, ¿eh? Mal pensados!

Me da a mí que este toro está planeando vengarse 
de nosotros por habernos cenado a su primo...

De vuelta hacia el hotel, pasamos por la unión de las calle Santander con la Avenida del Cid, y allí nos encontramos ni más ni menos que con un pedazo de toro de 900 kgs…de bronce, eso sí. En mayo han inaugurado una fuente con ese bicharraco encima. Como no podía ser de otro modo, a Javier se le ocurre que nos subamos al toro para hacernos una foto. Me meto en la fuente, que no es más que una delgada lámina de agua, e intento subirme al toro, pero desisto porque resbalo y temo caerme al agua. Javier le pide a unas chicas que pasaban por allí que nos hagan la foto, e intenta subirse al toro. Después de varios intentos, lo consigue y nos hacen la foto



Pero claro, ahora hay que bajarse del toro…y siguiendo al pie de la letra la tradición “Mesálica” de generar anécdotas, Javier resbala y se pega la hostia padre en el agua!!! 


¡¡¡HOSTIACA!!! 
Momento exacto en que Mesala aterriza en el agua. O ameriza. 
O como leches se diga.

Yo me descojono como podéis imaginar, y Javier no se ríe menos que yo. Llorando de la risa le ayudo a levantarse y salir de la fuente. Entonces veo que las chicas se marchan tranquilamente con la cámara de fotos, y aprieto el paso detrás de ellas. Les digo que se dejen de cachondeítos y que me den la cámara ¡pero ya! La morena larguirucha que hizo las fotos me la devuelve contrariada y me dice: “No te pongas así, era para que me hablárais en andaluz, que me gusta mucho” Me contengo y no le digo unas pocas barbaridades en andaluz. 

En fin, recupero la cámara y vuelvo junto a Javier, que intenta recuperar su dignidad recomponiendo su mojado aspecto, y entre risas por lo sucedido continuamos camino. Al llegar frente al hotel, vemos que al otro lado del puente hay música y varios chicos bailando coordinadamente, así que nos acercamos a ver qué era aquello. En una especie de pub con terraza, un grupo de chicos y chicas bailan en perfecta coreografía, probablemente serán de una escuela de baile, o aspirantes a algún concurso de esos de la tele en los que hay que cantar, o bailar, o hacer alguna chorrada similar. La verdad es que son bastante buenos. Nos tomamos la última mientras aquellos chavales sudan en el centro de la pista, y cuando terminan nos marchamos al hotel a descansar. 



El inquietante recepcionista de noche nos abre la puerta. Tiene todo el aspecto de ser el recepcionista de algún siniestro hotel sacado de una película de terror clásica. Pero para mí, lo único verdaderamente terrorífico es que ésta es la última noche de nuestro viaje.




sábado, 28 de abril de 2012

DIA 15: jueves 28 de julio. KIEL (Alemania) – PARÍS (FRANCIA) 1.010 kms



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Desayunamos en el buffet del barco. El desayuno está bien aunque tampoco es para morirse. Además, para ser un crucero con pretensiones de lujo, no parece razonable que tengamos que hacer varias veces cola porque se había agotado ahora el café, ahora el zumo, ahora tal otra cosa…tomamos cumplida venganza llevándonos cada uno una pieza de fruta y un yogur escondidos para más tarde. Sí, somos unos delincuentes, unos moteros malotes, ¿qué pasa?
A eso de las 10:30h y con 21º de temperatura, descendemos del barco y rodamos pausadamente por las calles de Kiel, siguiendo las señales que nos guían hacia la carretera que nos conducirá a Hamburgo. Aún cerca del muelle veo uno de los 70 puntos de venta de Louis, la celebérrima cadena de tiendas alemana de productos relacionados con las motos, y que cientos de moteros españoles conocen por haber realizado alguna compra en su tienda online (www.louis.de). A pesar de que tienen fama de ser productos de buena calidad y a buenos precios, yo aún no he comprado nada en Louis. Para este viaje he comprado en tiendas de Málaga: la mayor parte de la ropa de cordura la compramos en el imprescindible Outlet de Motos Garrido, algunos accesorios en Lidl (faja, guantes, monos de lluvia, botas de Begoña, cubrebotas…), la toma de corriente auxiliar de 12v en una tienda de artículos náuticos de Benalmádena, la bolsa impermeable para equipaje y algo de ropa en Decathlón, accesorios diversos como el control de crucero Crampbuster y otros gadgets en diferentes tiendas de motos… También he comprado online en diversas tiendas de varios países: cascos, botas, red de seguridad Pac-Safe y soporte para el móvil en Gran Bretaña; termómetro, cargador de móvil e intercomunicadores Bluetooh en China; defensas y cubre-puños para la moto en Alemania… pero nada en Louis!
Comienzan los que Javier llama “los kilómetros de la basura”, en clara analogía a los “minutos de la basura” en el deporte: aquellos del final de un partido en el que el resultado ya es inamovible y los jugadores sólo desean que finalice de una vez, porque no se puede cambiar nada ya.
Al pasar por Hamburgo, atravesamos un túnel en el que el calor y la humedad son asfixiantes. ¡Qué diferencia con los gélidos túneles de Noruega! No puedo evitar recordar con nostalgia el túnel de Nordkapp, a pesar de que allí pasé más frío que en el cumpleaños de Pingu.
Cada vez hace más calor. Nos detenemos a repostar en una gasolinera y aprovechamos para aligerar la ropa que llevamos puesta, Javier directamente cambia el modo a “configuración verano”. Cuando salgo de los aseos, veo que Javier ha entablado conversación con otros moteros que fuman a la salida de la cafetería. Son de Andorra, y realizan un recorrido similar al nuestro pero a un ritmo más pausado. Más que de Andorra parecen proceder de algún lugar del Caribe, de Jamaica o de alguna de esas paradisíacas islas donde impera una forma de entender la vida sin prisas ni acelerones. Viajan a ritmo de Bob Marley.
Atravesamos Alemania en un pispás, bajo un implacable sol, impropio de regiones tan septentrionales. Estamos cerca de la frontera con Holanda, a punto de abandonar el país, y Javier está algo preocupado porque se está quedando sin gasolina y no vemos señales de gasolinera. Y entonces, sin ninguna razón aparente, sucedió. Momento Nirvana. Momento Satori. ¿Que qué demonios es eso? Bueno, no me diréis que no suena bien: “Momento Nirvana”. Lo de “Momento Satori” lo incorporé tiempo después, cuando descubrí que efectivamente tenía ese nombre (link: momento satori) y que yo no era el único “colgao” que lo había experimentado alguna vez (por cierto, ¿recordáis el anuncio del whisky Suntory en esa fantástica película que es Lost in Translation?). 



A ver: denomino con tan exóticos nombres a esos breves y esporádicos momentos en los que, de repente, siento que todas las piezas del Universo encajan, que todo es como tiene que ser, todo es perfecto, y una suave sensación de paz me inunda. No son sensaciones que uno tenga a diario, sólo de vez en cuando. He observado que siempre me ha sucedido cuando estoy solo, y que es la tercera vez que me sucede sobre una moto. Es cierto que esta vez voy viajando con un amigo, pero cuando conduces una moto,  en realidad debajo del casco estás tú solo con tus pensamientos. Sí, lo sé, estoy entrando en un terreno muy personal. Pero ¿sabes qué pasa? Que este es mi blog, así que escribo lo que me apetece. Y si no te gusta, pues nadie te obliga a leerlo. Así que, si sigues adelante, luego no me vengas a tocar las narices. Decía, antes de que me interrumpieras, que había tenido un inesperado momento Nirvana (o Satori). En ese instante, comprendí todo: porqué estaba allí en ese preciso instante, porqué había tenido que ir hasta aquellas latitudes boreales (el puto fin del mundo en el norte), porqué había comprado la Harley Davidson y porqué la había vendido, porqué en los últimos años había conocido a determinadas personas que a la postre habían resultado ser tan importantes para mí, porqué seguía casado con Begoña, y porqué siempre seguiría enamorado de ella. Dí las gracias mentalmente (y espiritualmente) a todos mis amigos y familia, especialmente a mi amiga Carin, la persona que me enseñó que se puede perseguir un sueño y además alcanzarlo, sin ella nunca habría iniciado este viaje. En fin, supe que todo estaba bien, que las cosas son como tienen que ser, y que todo era perfecto así. Y no me preguntéis cómo. Simplemente, lo supe. Y sonreí feliz.



La gasolinera ya apestaba, pero cuando nos quitamos
 las botas, no te digo ná la que se lió...

Entramos en Holanda. Por suerte, poco antes de que la Triumph agote su depósito, conseguimos llegar a una apestosa gasolinera, donde después de repostar aprovechamos la parada para comer un sándwich.

Killo, saca el bocata!
Tras el frugal almuerzo, poco después de incorporarnos a la carretera de nuevo, nos cayó un fuerte chaparrón, y más tarde otro cerca de Breda. La verdad es que, si bien refrescaron el ambiente, resultaron de lo más molesto porque la espesa cortina de lluvia y el barrillo que los coches levantaban con las ruedas redujeron la visibilidad casi a cero, haciendo bastante peligrosos y cansados esos tramos.


Salimos de Holanda y atravesamos Bélgica también con gran rapidez, sin otra novedad que la de tomar un par de cafés para hacer más llevadera la fatiga. En estos momentos, Javier dice una de sus míticas frases: “¡Estoy hasta la p… de moto!”. Es curioso. Durante todo el viaje, yo en ningún momento me he sentido así, harto de moto. En las ocasiones en que me he sentido cansado, con hambre, o bajo la molesta lluvia, nunca estaba harto de moto. Quizá sí que pensé que estaba harto cuando llovía un día tras otro, pero estaba "hasta los coj... de la puñetera lluvia" (y así lo grité dentro del casco), no de conducir la moto en sí.
Es tarde, cerca de París vamos consultando el GPS para buscar un hotel donde pasar la noche. Somos dos moteros aguerridos y heterosexuales, y por mucho que estemos cerca de París, no sentimos la necesidad de pasar una noche romántica en ningún puñetero hotel en la Avenue des Champs-Élysées, así que buscamos algo por los alrededores, que además resultará más barato. Por fin, después de varios intentos, encontramos alojamiento en el Mercure Hotel, establecimiento situado en el Aeropuerto Charles de Gaulle, poco antes de París. Son las 23:30 de la noche cuando nos inscribimos, y la cena es hasta las doce, así que dejamos el equipaje en la habitación y bajamos a cenar.

El hotel está bastante bien, aunque la camarera rubia de la barra tiene una cara de malafollá que no puede con ella. Nos dirigimos a ella en inglés y dice que no, que sólo habla francés. ¿Una camarera en un hotel de un aeropuerto internacional que no habla inglés? ¡Venga ya! Por fin viene un camarero más educado y amable, hablamos en inglés con él y conseguimos cenar. Eso sí, a precio “noruego”: por dos ensaladas (una ensalada César y una CDG Roma) y dos cervezas nos clavaron 40 pavos. Cuando estábamos terminando de cenar, se nos acercó la “amable” camarera para preguntarnos –en francés- cuál era el número de nuestra habitación para cargar la cena en nuestra cuenta. Dado que no hablaba inglés, le contestamos indicando los números con los dedos, y entonces va y dice la muy zorra: “No, no, in english, please”.
Los franceses tienen fama de no ser demasiado agradables con los extranjeros que les visitan, especialmente con aquellos que no hablan francés. Probablemente sea un tópico, y seguro que hay miles de franceses súper agradables y súper amables, pero mira tú por dónde, a nosotros nos tocó la camarera del tópico. O tal vez sólo suceda que la pobre rubia es gilipollas.

Después de más de mil kilómetros sobre la moto, apetece pasear un poco. Salimos a la puerta del hotel a estirar las piernas, y caminamos hasta un parquecito que hay a escasos metros del hotel. Durante una media hora charlamos relajadamente sobre lo divino y lo humano, para gran fastidio de los conejos allí residentes, que de vez en cuando se cambiaban de un arbusto a otro buscando un alojamiento más silencioso, pensando para sus adentros “Merde espagnole…!”



OTRAS FOTOS...PUES VA A SER QUE NO!
Ea, se acabaron las fotos guapas. En lugar de eso, os voy a regalar un par de Momentos Satori recuperados de mi Facebook, y un vídeo que me encanta (a pesar de ser publicidad de un banco…por esta vez se lo perdonaremos, realmente vale la pena):
Miré el reloj del ordenador: eran casi las dos de la madrugada. Hacía calor. Salí al jardín y, tras un segundo de duda, me quité la ropa y me tiré de cabeza a la piscina. El agua estaba inusualmente caliente, especialmente los diez o quince centímetros superiores. Después de nadar un poco, dejé que mi cuerpo descansara flotando boca arriba, con los talones de los pies reposando en la escalera, sobre el gresite del primer escalón sumergido. Así permanecí un par de minutos, abandonado al suave vaivén de un oleaje inexistente, sumido en un silencio subacuático y contemplando las estrellas, intentando identificar las constelaciones aprendidas cuando era casi un niño. Entonces sucedió el “momento nirvana”. Justo en el momento en que me llegó el dulce olor de las flores de la dama de noche, en esa exacta fracción de segundo, allí, suspendido en la semiingravidez, todo fue perfecto. Durante un nanosegundo, la paz fue infinita, el Universo fue perfecto, la vida tuvo sentido. El nirvana en la punta de los dedos.
Otras veces he tenido otros “momentos nirvana”, y normalmente han durado apenas un par de segundos. Esa noche ni siquiera llegó a ser un segundo. Apenas un flash. Pero en ese medio segundo cósmico se condensa el sentido de toda una vida. Por eso, en este particular momento, estoy agradecido. Y por eso lo comparto con vosotros.
Y sí, podéis reíros. ¡Pocas cosas más maravillosas que la risa!
Que la vida os llene de momentos nirvana.
Un abrazo de más de cinco segundos.
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Una tarde magnífica en compañía de amigos. Espetos y cervecitas. Risas, confidencias. Una Coca Cola mirando al mar. Al anochecer, vuelvo a casa. Atravieso el crepúsculo rodando tranquilo, disfrutando de la brisa en mi rostro a una temperatura simplemente perfecta. Debajo de mí, la moto ronronea dulcemente, como un gato satisfecho. Pienso en el último abrazo de despedida, y descubro sin mucha sorpresa que mis labios han dibujado una amplia sonrisa debajo del casco. Entonces, sin intervención consciente por mi parte, parpadeo mucho más lento de lo habitual, tal vez durante más de un segundo, y mis ojos se abren de nuevo suavemente. Flash. Momento nirvana.
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Este vídeo es genial:




Bueno, anda, el fragmento del anuncio de Suntory completo:


martes, 3 de abril de 2012

DIA 14: miércoles 27 de julio. OSLO – KIEL (Alemania) –700 kms en barco-


Bajamos a desayunar al comedor del hotel. Mientras comemos, miro a mi alrededor. La inmensa mayoría de los huéspedes son chavales jóvenes, probablemente estudiantes tipo Erasmus, que desayunan mientras leen absortos sus libros subrayados. Una chica de origen oriental teclea afanosamente en un portátil. Al terminar el desayuno, hay que retirar las bandejas, como en un Mc Donalds pero dando un paso más: colocamos ordenadamente el contenido de las bandejas en sus lugares correspondientes, de manera que quedan listos para introducir en el lavavajillas (aquí los cubiertos, aquí los vasos, los platos en la rejilla…). Definitivamente este lugar es más una residencia escolar que un hotel.

Descargando el equipaje en el aeropuerto
Salimos a la calle y cargamos las motos. Hoy también hace un buen día, y los 50 kms de autovía hasta el aeropuerto de Gardermoen no resultan muy pesados, a pesar del tráfico. Aparcamos en la puerta y descargamos el equipaje de Begoña. Con un nudo en la garganta me despido de mi peque hasta dentro de unos días.


Jooo...qué penita...

Volvemos a Oslo, y el GPS nos lleva al muelle desde el que saldrá nuestro barco. Mostramos nuestros documentos y el número de reserva al tipo de la garita, y nos ponemos en la cola de las motos para entrar al barco. Mientras esperamos, Javier aprovecha para tensar un poco la cadena de su Triumph, y yo compruebo el nivel del aceite de mi GS. Unos moteros alemanes se acercan y charlamos un poco.  Uno de ellos dice que ha ido varias veces a España con su moto. También tiene una red Pacsafe (es una red de acero que envuelve y protege el equipaje contra los robos http://pacsafe.com/), <para cuando va a España, porque en Alemania no la necesita> Brrr…me duele mucho el comentario, pero lo que más me duele es que tenga razón. Durante la mayor parte del viaje hemos gozado de una tranquilidad total respecto a la seguridad de las motos y del equipaje. En Finlandia y Noruega, dejábamos los cascos, chaquetas, guantes…todo, sobre la moto y entrábamos en la gasolinera a pagar, tomar café, ir al servicio… Por desgracia, al irse acercando a Francia hay que abandonar tales costumbres. Los mediterráneos en general somos gente de poco fiar, y los españoles en particular somos unos chorizos de cuidado. En España te dejas los guantes sobre la moto al entrar en casa, y al salir de nuevo han desaparecido. Y lo jodido es que quien te los ha robado es tu vecino.

Nuestro barquito.

¡Somos unos expertos ya!

Por fin nos toca subir al barco. Se trata del Color Fantasy, de la Compañía Color Line, pero no es exactamente un ferry, en realidad se trata de un crucero, no muy grande, pero un crucero al fin y al cabo. ¡Cojonudo! ¡De nuevo hemos triunfado como Los Chichos! Con la soltura de los viajeros experimentados que nos sentimos ya, subimos las motos al barco y las sujetamos con las cinchas.

Ya te digo...
Acabamos de llegar a nuestro camarote acarreando el equipaje, cuando recibo un sms de Begoña. El aeropuerto donde la dejamos no es el correcto. Su vuelo sale de otro aeropuerto. Nos quedamos helados. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Pero en Oslo hay más de un aeropuerto? En la guía de Javier y en la mía sólo aparece uno. Bueno, pues resulta que sí. Nosotros la hemos dejado en el aeropuerto de Gardermoen, a 50 kms al norte de Oslo, y su vuelo sale del de Torp, que está a 110 kms al sur de Oslo, o sea, ¡a 160 kms de donde la hemos dejado! La llamo e intento tranquilizarla, y de paso tranquilizarme yo. Por suerte, si hay una mujer capaz de desenvolverse en cualquier situación y resolver este tipo de jaleos, es Begoña. Nos va retransmitiendo en tiempo real, vía sms, su periplo intentando conseguir un medio de transporte hasta Torp: en la oficina de Información descartan el tren, a pesar de que allí hay una parada (¿?), le indican que lo mejor es el taxi o el autobús. El taxista le pide 300€ y ella se escandaliza ¿300 euros? ¿estamos tontos? ¡Ni de coña, guapo! Además, ya había cambiado el dinero y apenas llevaba algo de calderilla. Para colmo, a Begoña no le gustan los taxis…en fin, manías suyas. Corre a la parada del autobús: hay una cola enorme. El primer autobús a Oslo se llena antes de que llegue su turno. Bueno, el siguiente llegará en unos 15 minutos, si lo coge tal vez pueda enlazar con el bus que lleva a Torp. Efectivamente, consigue el enlace con el único autobús que podía llevarle al aeropuerto esa tarde, pero, ¿llegará con  suficiente tiempo? Pues…¡por los pelos! Llega al aeropuerto una media hora antes de salir el vuelo. Los tres respiramos con alivio. Casi 4 horas después y con mucha pena, subirá a su coche en un triste y solitario aeropuerto de Málaga. Para ella, el viaje ha terminado.

 
Mientras todo esto sucede, nosotros nos vamos acomodando en el barco. Dispuestos a despedirnos de Oslo mientras zarpamos, salimos a cubierta y buscamos la popa. Mientras nos dirigimos hacia allí, veo que hay unas mamparas de cristal oscurecido en la cubierta, supongo que para proteger al pasaje del viento. Estoy pasando a través del espacio que hay entre ellas cuando oigo un ¡Blomm! No me lo puedo creer. Javier no ha visto el cristal y se ha estampado de bruces contra la mampara. Me descojono a base de bien un buen rato…este chico es una fábrica de anécdotas ambulante!!!


Recreación de los hechos en el escenario del crimen.

 
Apoyados en la barandilla, sosteniendo cada uno en la mano sendas cerveza Lettøl que hemos introducido de estraperlo, contemplamos con cierta tristeza cómo nos alejamos lentamente de Noruega. En nuestro ánimo, de alguna manera, comienza a hacerse patente que el viaje se encamina hacia su irremediable final. Brindamos por Escandinavia y nos despedimos de ella con pesar.

Entramos y recorremos el barco buscando dónde comer. Al final nos decidimos por un establecimiento con el hispánico nombre de Tapa´s bar, donde aparte de unas aceptables tapas, nos calzamos unas magníficas y turbias cervezas de trigo, bastante mejores que las tristes cervezas de 2,5 grados que bebimos en cubierta.
Por fin cerveza decente!!

Enfrente hay una tienda tax-free, en la que hacemos una rápida incursión para aprovisionarnos del indispensable Jägermeister y de algunas cosillas más, como unas botellitas del inefable Aquavit. ¿Que qué puñetas es eso? Os lo explico. Veréis, el aquavit (también conocido como Akvavit) es una bebida destilada de 40º, típica escandinava. Su nombre procede de aqua vitae, que significa "agua de la vida" en latín. Viene a ser algo parecido al vodka. Y sabe a rayos fritos, os lo juro, ni agua de la vida ni puñetas, eso es matarratas mezclado con aguarrás. Vamos, que su uso más adecuado debe de ser desatascar inodoros. Claro que en ese momento nosotros no lo sabíamos, y creímos que sería una buena idea comprar una botellitas para beberlas con los amigos mientras recordábamos el viaje. En fin, así lo hicimos, y desde entonces los citados amigos no han vuelto a aparecer por mi casa…

 
Subimos a cubierta y damos buena cuenta del Jägermeister, con fines medicinales, claro, ya sabéis que es un excelente digestivo. Se está tan a gusto, que nos echamos una siestecita en cubierta… ¡somos españoles, coño, hay que respetar las costumbres patrias!


Cuando los vapores del Jägermeister se disipan, bajamos al camarote. Javier se marcha al gimnasio, cuesta 12€ pero está muy completo, tiene hasta jacuzzi y sauna. Yo no me decido a ir y me quedo allí solo viendo la tele, disfrutando de la ya desacostumbrada tranquilidad de no tener nada que hacer.

Comedor de popa.
Al caer la noche cenamos en un restaurante italiano, cena servida por un camarero portugués que hablaba español, y que fue tan solícito y amable que no cabía ninguna duda de que lo que buscaba (y consiguió, se lo había currado) era una buena propina.



Dando un paseo de vuelta al camarote, descubrimos un disco-pub semi desértico. Entramos para tomar la última. En la pista de baile había dos noruegas completamente borrachas y desfasando por momentos, tres alemanas carentes por completo del sentido del ritmo, y dos chicos alemanes que Javier apodó “Los Pelochos”, aunque en realidad a quien se parecían es a esa especie de agente secreto con pelo afro que sale en el anuncio del 11811. Después de que nos apurásemos dos Heineken, las alemanas seguían en la pista repitiendo exactamente el mismo paso de baile, como unas conejitas Duracell con algún fallo mecánico. Por suerte allí estaba Javier, transmutado en Mesala,  para mostrar al mundo cómo hay que mover el esqueleto en una pista de baile…

Aburridos de ver a las noruegas entrar y salir de la pista creyéndose divinas de la muerte mientras se sujetaban la una a la otra para no caer al suelo, y a los Pelochos que seguían sin triunfar, nos marchamos a dormir algo pasadas las doce. En la pista, una de las alemanas aún repetía su paso de baile una y otra vez, indiferente a los cambios de música o de ritmo, en una especie de perpetuum mobile germánico.


LAS FOTILLOS QUE NO HE PUESTO AÚN:

Ejem...la despedida
Saliendo del puerto de Oslo.


Interior del barco.



Al fondo, Oslo. En primer plano, el culpable de este blog.

Adiós, Escandinavia. Ojalá nos veamos de nuevo pronto.

Las chimeneas del barco eran de estética tipo Asterix

Las mamparas son como para verlas, o no? Vaya despiste, vamos no me jodas...

Nuestro lugar en el mundo ese día.