RUMBO AL SUR
Las mejores cosas surgen cuando
no las buscas. Es una ley universal que casi todos conocemos, pero que siempre
me sorprende cuando, reiterada e inexorablemente, se cumple. (Otra ley
universal e inexorable es la Ley de Murphy. Pero de esa ya hablaremos en otro
momento.)
Supongo que a todos nos atrae el
desierto, de una forma u otra. Todos hemos visto las películas de Lawrence de
Arabia (bueno, todos no, los más talluditos), y más
recientemente películas como La Momia o la saga de Indiana Jones. Y, por supuesto, los Rallies París-Dakar. El desierto
siempre está allí, como un lugar recóndito e inaccesible, escenario de
aventuras y emocionantes desafíos. Sí, el desierto tiene algo que nos atrae a
los que tenemos alguna gota de sangre aventurera corriendo por las venas.
Desiertos hay muchos, y, bien a
través de los libros, bien a través de la televisión o el cine, conocemos
algunos de ellos, como el Sáhara, Gobi, Kalahari, Atacama, Mojave…desiertos lejanos e
inaccesibles. O no.
La primera vez que identifiqué un
lugar del desierto al que yo podría ir, la primera vez que me planteé que
realmente podría ir a un desierto que no fuera el de Tabernas (Almería), fue
cuando me compré un 4x4. En alguno de los reportajes que leí acerca del Nissan
Terrano aparecía el coche rodeado de doradas dunas, por las que se esforzaba en
subir y bajar de las formas más complicadas que fuera posible, en una
demostración de habilidades bastante impresionante, o al menos lo era a mis
profanos ojos. Y en ese reportaje se mencionaba un nombre: Zagora. Todo ello
fue convenientemente archivado en mi memoria, a la espera del día no muy lejano
en que viajaría con mi todo-terreno a recorrer ese indómito mar de arena.
Y pasaron los días, y el momento
no llegaba. Y llegaron los niños, y dijimos adiós al todo-terreno. Y pasaron
los años, y el desierto se fue olvidando. Y pasaron los años. Pasaron.
Y entonces, inapropiadamente para
el momento en que sucedió, apareció el Ride to Roots Meeting para darme un
capón en el alma, sacudirme el polvo de los recuerdos, y despertar una nueva
estrella que me guiara…esta vez RUMBO AL SUR.
Día 1: Benalmádena - Meknes
Pues no, chicos y chicas, se siente pero no. Aún no he escrito el texto del viaje. Eso sí, para compensaros por tamaña desvergüenza, voy a poneros aquí abajo los vídeos que estoy elaborando del viaje. Son mis primeros pinitos con la cámara, y, dada mi nula experiencia -tanto en la grabación como en la edición-, me ocupa bastante tiempo su realización, no obstante el pobre resultado final. Así que no me lo tengáis demasiado en cuenta. Al final de esta entrada podréis ver los vídeos.
En cuanto al texto, sólo os voy a poner -de aperitivo- un fragmento de lo que será la entrada del primer día, a fin de ilustraros acerca de la anécdota de la cena en Meknes. Y nada más, por ahora.
(...)
En Youtube:Al salir del hotel nos cruzamos en la puerta con un señor trajeado al que preguntamos si nos podía recomendar algún sitio para cenar. Nos indicó un lugar relativamente cercano, en el cual supuestamente podríamos cenar abundantemente y barato. Habría comida occidental y también marroquí. La verdad es que como yo no hablo ni una palabra de francés, no presté atención a la conversación, de hecho ni me acerqué. Me contenté con ver cómo los demás parecían comprender lo que les indicaba el “un poco estirado señor del traje”.Siguiendo las indicaciones que aparentemente nos había hecho, pasamos junto al McDonald´s y al Pizza Hutt, y giramos a la derecha, en dirección opuesta a la Medina, hacia la parte nueva de la ciudad. Al llegar a la zona en cuestión, resultó que no encontrábamos el sitio. Allí había varios restaurantes y locales de comida rápida, pero ninguno parecía ser el que buscábamos. Mario comenzó a preguntar a los transeúntes, pero las respuestas eran negativas, acompañadas a menudo de una expresión de extrañeza que nos hacía sospechar que estábamos completamente errados. Después de recorrer la zona durante unos veinte minutos, preguntando aquí y allá, por fin una persona parece saber dónde se encuentra el dichoso restaurante. Mario encabeza la última expedición siguiendo sus orientaciones, las cuales nos llevan exactamente al lugar donde nos encontrábamos hace veinte minutos, rodeados de bares y restaurantes. Y he aquí que Mario señala, con aire triunfal, un local en cuyo exterior hay una de esas máquinas que son como vitrinas con puertas de cristal, tras las cuales un par de pollos impúdicamente desplumados dan vueltas y vueltas sin parar, a la espera del hambriento comprador que les rescate de su infierno giratorio, para darles por fin el descanso eterno. El nombre del local: “Le Poulet” (“El Pollo”, en francés).El local no era gran cosa: un salón desangelado de aspecto occidental, donde la estrella era el pollo asado. De modo que fue lo que pedimos, acompañado de arroz y patatas fritas. Estaba bueno, así que cenamos abundantemente y muy a gusto. Creo que fue entonces cuando Mario confesó que no recordaba exactamente el nombre del restaurante que le había dicho el tipo del traje del hotel, así que fue preguntando por lo que más o menos creía recordar. Es decir, que se pasó veinte minutos preguntándole a cada transeúnte con el que se cruzaba: “¿Copulé? ¿Copulé, s'il vous plaît? ¡¡No me extraña que la gente pusiera las caras que ponían!!