Blog para no olvidar mi viaje en moto a Nordkapp y Noruega. Y, bueno, algún otro viajecillo. Sin más pretensiones.

Primer viaje: Nordkapp en verano 2011, lo que viene a ser una vuelta en moto a lo largo de 8 países, en 17 días y con 13.000 kilómetros recorridos (11.000 en moto y 2.000 en ferrys)

Segundo viaje: Escapada a Marruecos en Navidad 2012.

Tercer viaje: Rumbo a Turquía: viaje en solitario a Turquía pasando por los Balcanes, en verano 2015. Casi 10.500 kms y 10 o 12 países (según se mire)

Cuarto viaje: THERE AND BACK AGAIN. Viaje en solitario a Lituania. Más de 8.000 kms en 8/9 días.

jueves, 21 de junio de 2012

DIA 16: viernes 29 de julio. PARÍS (FRANCIA) – BURGOS (ESPAÑA): 1035 Kms.


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En la habitación del hotel hay un hervidor de agua y sobrecitos de café e infusiones. Desayunamos un café de sobre con alguna cosilla de comer de las que aún llevamos en el equipaje, y nos ponemos en marcha.



El día ha amanecido frío y gris, y no invita precisamente al buen humor. Bajo un cielo plomizo y amenazador, cargamos las motos en el parking descubierto del hotel donde anoche las habíamos dejado aparcadas "by the face", mientras despotricamos aún de la camarera de anoche. Nos alejamos del Aeropuerto Charles de Gaulle en dirección a París, sin ser conscientes del intenso tráfico que nos vamos a encontrar. Cruzar París en hora punta: demencial. Pero hacemos un descubrimiento asombroso: los “Carriles Autogenerables para Moteros”. ¿Ezoquéehloqueéhh? Pues resulta que los conductores de los coches de París, cuando te ven acercarte a través de su espejo retrovisor, se apartan a los lados generando un carril entre las filas de coches por los que circulan las motos eludiendo el atasco. ¡Bien por los franceses, no todos son tan capullos como la camarera! ¡Vamos, igualito que en España, donde los coches se cierran para no dejarte pasar! Que digo yo: ¿por qué lo hacen? ¿Acaso creen que si no nos dejan pasar, sus coches van a llegar antes? Puñetera envidia española… Gallifante para los franceses, Ruperta para los españoles.

Las motos circulan por estos estrechos carriles como poseídas por los demonios. Mi BMW cargada de equipaje es mucho más ancha que las motos y que los inodoros perdón, escúteres franceses, y a pesar de que voy algo más rápido de lo que me parece prudente para mi tamaño, las puñeteras motos gabachas me van pitando para que me aparte. De vez en cuando encuentro un hueco entre los coches y me aparto para que pasen unos doscientos enfurecidos energúmenos motorizados, que hacen que me pregunte por qué puñetas los franceses no destacan en los campeonatos de motociclismo con semejante cantera. Con este trajín, Javier y yo nos perdemos de vista en algunos momentos, e incluso a veces los interfonos pierden la conexión debido a la distancia que nos separa, a pesar de que siempre intentamos mantener el contacto visual. En cualquier caso siempre nos reencontramos en pocos minutos. Gracias a los Carriles Autogenerables, atravesar París se hace menos pesado de lo que inicialmente nos tememos, aunque el tráfico es infernal.

Por fin salimos a carretera abierta. Hace frío, Javier lleva ropa de verano así que se detiene para abrigarse un poco más. Cerca de Orleáns encontramos un largo tramo de obras y el tráfico se hace muy lento. Está claro que hoy no va a ser uno de los mejores días para rodar.
Las carreteras por las que cruzamos Francia de vuelta no son las mismas que recorrimos en el viaje de ida, lo cual se nota, y mucho. El asfalto está en peor estado, y el tráfico es más intenso. Lo único que no cambia es la abundancia de peajes. En uno de ellos había un control de la “Gendarmerie” registrando vehículos, supongo que buscando delincuentes o droga. Por un momento tememos que nos den el alto y nos registren, lo que supondría tener que sacar todo el equipaje para luego tener que volver a acomodarlo todo. Semejante circunstancia habría implicado un retraso considerable y el consiguiente cabreo, tampoco desdeñable. Eso descartando que les parezcamos atractivos y se les ocurra explorar nuestras cavidades corporales, que fíate tú… Por suerte no les parecemos ni atractivos ni sospechosos, y nos permiten continuar nuestro camino sin ninguna molestia. Es curioso, recuerdo que a la ida sólo vimos un único gendarme en todo el trayecto, circulando por la autopista en moto a más velocidad de la permitida y en mangas de camisa.



Paramos en una gasolinera para comer un sándwich, la chica que me atiende es simpática y amable, lo cual continúa puliendo la mala impresión de los franceses que ocasionó la camarera del hotel. Aprovechamos el descanso para pegar en las maletas de nuestras incansables monturas las emblemáticas pegatinas de los putos renos, y en la cúpula delantera la de Nordkapp. Joder, es que venimos de Nordkapp, tío, qué pasada. Cómo mola.
Esa pegata de Nordkapp wena, con sus mosquitos "espachurraos" y tooo...!!


Sin incidentes dignos de mención dejamos atrás el país vecino y volvemos a nuestra querida España a través de Irún. Nos detenemos en la primera gasolinera que encontramos para buscar alojamiento en Burgos, lugar donde hemos decidido pernoctar. Mientras Javier consulta la base de datos de su GPS, entro al servicio de la gasolinera. La impresión es demoledora: todo tiene un aspecto sucio, viejo, en mal estado de conservación, y lo peor: un hedor insoportable. La comparación con las gasolineras escandinavas es inevitable y terrible. Qué rabia y qué vergüenza. Salgo en cuanto puedo de allí. Mientras, Javier ha reservado por teléfono un hotel en el centro a buen precio, de modo que continuamos por la autovía rodeados de preciosos paisajes en dirección a Burgos.

El hotel es antiguo, pero barato y muy céntrico, así que nos vale. Aparcamos las motos frente a la puerta del hotel, sobre la acera, ya que el recepcionista nos dice que la policía ya no las importunará hasta el día siguiente por la mañana, y para entonces nos habremos marchado. Subimos a la habitación. Es vetusta pero limpia y correcta. Después de ducharnos, bajamos decididos a calzarnos un buen chuletón para celebrar la última noche del viaje. El recepcionista nos aconseja Casa Pancho, así que nos ponemos en marcha por las calles burgalesas, bastante animadas como corresponde a la noche de un viernes de verano. Encontramos fácilmente el restaurante en una bulliciosa calle llena de bares y restaurantes, y nos acomodamos en una mesa de la planta superior. Para ir haciendo boca pedimos una fuente de ensaladilla de bacalao que estaba para chuparse los dedos, y mientras apurábamos unas cervecitas llamamos de nuevo a la camarera para pedirle lo que llamarían los franceses el “plat de résistance”, o sea, el plato fuerte (principal), que en este caso iba a ser un chuletón de un kilo para cada uno. La camarera nos miró con escepticismo, y nos aconsejó inocentemente que pidiésemos sólo uno para ambos, que el chuletón venía con una fuente de patatas y pimientos fritos y ya habíamos dado cuenta de la ensaladilla de bacalao. Nos miramos el uno al otro con una sonrisa en los labios, pero no quisimos contrariarla y le dijimos que vale, que trajera sólo un chuletón, pero que el otro no lo dejara lejos porque iba a caer en pocos minutos…como así fue, con su correspondiente fuente de patatas y pimientos, todo ello bien acompañado de una botella de Ribera del Duero, un Pago de los Capellanes que sabía a gloria bendita. Una cena fabulosa. Mejor que en un kebab, oiga…

El segundo chuletón de kilo. Ojú qué cena más rica!!

Liquidados los dos kilos de buey con todos sus avíos, salimos a dar un paseo para bajar la comida… bueno, en realidad fuimos a un local que nos aconsejó la camarera, donde nos pusieron las copas mejor preparadas que he tomado en mi vida. No sólo la presentación era espectacular, con frutas y pétalos de rosa dentro de la copa, sino que el sabor en sí era fantástico. Lástima no recordar el nombre del local. 

La presentación, bien currada. Y de sabor, excepcionalmente buenas!

Uy qué ojillos tenemos ya... de sueño, ¿eh? Mal pensados!

Me da a mí que este toro está planeando vengarse 
de nosotros por habernos cenado a su primo...

De vuelta hacia el hotel, pasamos por la unión de las calle Santander con la Avenida del Cid, y allí nos encontramos ni más ni menos que con un pedazo de toro de 900 kgs…de bronce, eso sí. En mayo han inaugurado una fuente con ese bicharraco encima. Como no podía ser de otro modo, a Javier se le ocurre que nos subamos al toro para hacernos una foto. Me meto en la fuente, que no es más que una delgada lámina de agua, e intento subirme al toro, pero desisto porque resbalo y temo caerme al agua. Javier le pide a unas chicas que pasaban por allí que nos hagan la foto, e intenta subirse al toro. Después de varios intentos, lo consigue y nos hacen la foto



Pero claro, ahora hay que bajarse del toro…y siguiendo al pie de la letra la tradición “Mesálica” de generar anécdotas, Javier resbala y se pega la hostia padre en el agua!!! 


¡¡¡HOSTIACA!!! 
Momento exacto en que Mesala aterriza en el agua. O ameriza. 
O como leches se diga.

Yo me descojono como podéis imaginar, y Javier no se ríe menos que yo. Llorando de la risa le ayudo a levantarse y salir de la fuente. Entonces veo que las chicas se marchan tranquilamente con la cámara de fotos, y aprieto el paso detrás de ellas. Les digo que se dejen de cachondeítos y que me den la cámara ¡pero ya! La morena larguirucha que hizo las fotos me la devuelve contrariada y me dice: “No te pongas así, era para que me hablárais en andaluz, que me gusta mucho” Me contengo y no le digo unas pocas barbaridades en andaluz. 

En fin, recupero la cámara y vuelvo junto a Javier, que intenta recuperar su dignidad recomponiendo su mojado aspecto, y entre risas por lo sucedido continuamos camino. Al llegar frente al hotel, vemos que al otro lado del puente hay música y varios chicos bailando coordinadamente, así que nos acercamos a ver qué era aquello. En una especie de pub con terraza, un grupo de chicos y chicas bailan en perfecta coreografía, probablemente serán de una escuela de baile, o aspirantes a algún concurso de esos de la tele en los que hay que cantar, o bailar, o hacer alguna chorrada similar. La verdad es que son bastante buenos. Nos tomamos la última mientras aquellos chavales sudan en el centro de la pista, y cuando terminan nos marchamos al hotel a descansar. 



El inquietante recepcionista de noche nos abre la puerta. Tiene todo el aspecto de ser el recepcionista de algún siniestro hotel sacado de una película de terror clásica. Pero para mí, lo único verdaderamente terrorífico es que ésta es la última noche de nuestro viaje.