
Ayer hicimos pocos kilómetros, aunque nos parecieron más largos que el cinturón de Falete. Menos mal que habíamos apretado el ritmo y llevábamos un día de ventaja respecto al plan original, de manera que teníamos algo de margen para este tipo de eventualidades. Siempre sabes que puedes caer enfermo durante un viaje, pero confías en que no suceda. Lo importante es que Javier ya está bien, lo cual se evidencia claramente a través de sus continuos comentarios acerca de la doctora de anoche. No me perdona que no hiciera fotos jajaja!
Paramos en una gasolinera, y como la lluvia es fina nos quitamos los monos de agua, que son un coñazo para ir al baño y demás. Observo con asombro el cuajo que tienen los noruegos: junto al surtidor, un conductor que ha repostado espera sentado al volante a que vuelva su mujer del interior de la gasolinera. Mientras, come tranquilamente un sándwich. Al rato, la mujer sale, se acerca al coche, vuelve al edificio, deslía su bocadillo y tira el papel a la papelera. Parsimoniosamente. Vuelve sin prisas al coche. Intercambian algunas palabras y por fin arrancan el coche. A todo esto, hay otro coche esperando para repostar, pero simplemente espera su turno, sin alterarse lo más mínimo. Madre mía, en España habrían reventado la bocina y le habrían gritado de todo, eso si no le daban dos tortas directamente. Definitivamente, esta gente no conoce el significado de la palabra “estress”. Me da envidia esta tranquilidad. Noruega incita a la calma.
Por supuesto comienza a llover torrencialmente, ya que nos hemos quitado los monos. Afortunadamente la cordura y las botas resisten bien y no nos mojamos. Hacemos una paradita en un cámping para comer una manzana, y Javier aprovecha para comprar la famosa pegatina de “Peligro: renos”, que más tarde colocaremos en las maletas de la moto (yo compré la mía en Nordkapp, pero él lleva días intentando comprarla). Mientras sale, nosotros esperamos bajo un saliente del tejado, sorprendiéndonos una vez más al ver cómo la gente va de un lado a otro sin reparar en la lluvia. De hecho, la mayoría de los que vemos en el cámping no llevan ni un simple chubasquero, y algunos niños incluso van descalzos. Está claro que están más acostumbrados a la lluvia que al sol, tan es así que incluso su pelo está adaptado: ese pelo rubio pajizo y estropajosos que tienen se mantiene como si no se mojara, no se chafa con la lluvia como el nuestro. También es verdad que aquí la lluvia suele ser más fina y persistente, no como en nuestra tierra que llueve poco pero con chaparrones torrenciales.

Al detenernos, la moto se nos ha caído al suelo. Creía que tenía la primera marcha engranada, cuando en realidad iba en segunda, y al reducir la velocidad casi a cero el motor se paró bruscamente. Bueno, esto me ha sucedido otras veces y nunca había terminado con la moto en el suelo, pero es que esta moto tiene una mala costumbre: cuando el motor se “cala”, la moto se tumba a dormir. Así, directamente, sin darte opción a opinar. De modo que, a pesar de que intentamos entre los dos que la moto no se acostara, sólo pudimos ralentizar la caída, pero la moto acabó finalmente aparcada en horizontal. Rápidamente, y con la ayuda de Javier, la pusimos de nuevo de pié, y constatamos que, por suerte, no tenía ningún desperfecto.
Entramos a Oslo por la circunvalación, que es la única autovía que hay en toda Noruega, y nos dirigimos al muelle de Hjortenskaia, de donde suponemos que sale el ferry que nos debe llevar a Alemania. Son las 16:02, y la puerta está cerrada: el horario es hasta las 16:00. Cansados y hambrientos, nuestro ánimo está más bajo de lo normal, y comenzamos a temernos que no podamos conseguir tickets para el día siguiente. Por suerte observo que, en el papel donde figura el horario de apertura, hay un número de teléfono, intentaremos reservar plaza telefónicamente. Pero por ahora la urgencia es almorzar y descansar un poco, de manera que dirigimos nuestros manillares hacia el centro de Oslo.
Nos detenemos en una plaza al azar, simplemente porque hay una moto parada junto a la acera. Venga, vamos a comer aquí mismo ¡rayos, pero si es otro Kebab! Ffff…no hay más remedio: no nos quedan fuerzas para seguir buscando. Poco a poco la comida y la Coca Cola van haciendo efecto y vamos recuperando las energías. Después de varios intentos, por fin conseguimos hablar con Color Line, la compañía del ferry que va a Kiel (Alemania), y compramos los billetes por teléfono. A los pocos segundos recibo un sms con el código y los detalles de hora y precio. Genial.
Repuestos de energía y ánimo, callejeamos buscando una gasolinera, que por cierto nos costó bastante encontrar. Frente a la gasolinera vimos una peluquería de curioso nombre: "Peludo". Después de llenar los depósitos buscamos alojamiento, y encontramos habitación triple a buen precio en el Hotel Perminalen, que no está demasiado lejos del centro. Camino del Hotel, vemos como docenas de motos se van reuniendo en una de las plazas para una concentración en solidaridad con las víctimas de los atentados.

En Stortinget (el Parlamento) las vallas están envueltas en cientos de flores, y a los pies del león de piedra el suelo está alfombrado de velas, flores, banderas de Noruega, fotos de las víctimas adolescentes y poesías de sus amigos y compañeros. Se respira tristeza. El pueblo noruego ha sido duramente golpeado, y el dolor ha calado hondo en estas pacíficas gentes.

Delante de nosotros camina un soldado de la Guardia Real, y Mesala camina detrás parodiando sus movimientos. No está mal para desdramatizar un poco el ambiente…


Hay bastante animación, muchas personas están cenando en las terrazas. Junto al Hard Rock Café hay un montón de motos, como sucede con cierta frecuencia.
Las calles no parecen las mismas de noche, nos hemos despistado y nos hemos pasamos de la calle del hotel. Ahora estamos junto a unos muelles, las calles están oscuras y son algo sórdidas.
Javier dice algo acerca de una chica que está en la calle, dice que es una prostituta. Justo en ese momento llega un taxi y se monta en él. Yo le digo que es un mal pensado, y que era una chica normal…entonces me doy cuenta de en todas las esquinas, unas chicas con minifalda dan cortos paseos, sin alejarse del lugar. Javier dice que sí, sí, malpensado…lo que pasa es que yo soy demasiado inocente…pues va a ser que sí brrr!! En fin, apretamos un poco el paso y pronto salimos de aquella zona, llegando en pocos minutos a la plaza donde habíamos almorzado en el kebab, una vez más. Nos tomamos la última copa en una agradable terraza, y nos vamos al hotel.
Hoy ha sido un día un poco triste, además de cansado. Al menos no nos ha llovido en toda la tarde y hemos podido dar un paseo caminando, que ya es algo. Nos dejamos mucho por ver en Oslo, así que nos conjuramos para volver pronto. Además, es la última noche para Begoña, puesto que mañana volverá a España en avión. Otro motivo más para estar tristes, al menos Begoña y yo. Nos vamos a dormir con cierta nostalgia ya.
DEL DÍA LAS TENGO, OIGA, FRESQUITAS DEL DÍAAA!!! ¿QUIÉN QUIERE UNAS FOTILLOS DE GRATI? QUESTAMOS QUE LO TIRAMOS, OIGAAA!!!
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Mesala y sus estiramientos pierna-hombro. |
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Zipi y Zape |