Siento el tono triste de esta última
entrada del blog, contrariamente a lo acostumbrado, pero el final del viaje lo
hace inevitable.
Mientras Javier se ducha, yo envío un sms
a Begoña. Mis sentimientos son contradictorios: por una parte quiero volver a
estar con ella y con los niños, pero por otra parte no quiero llegar a casa
aún, no quiero que el viaje termine. Han sido sólo 17 días, que han pasado en
un suspiro. No. No quiero volver aún.
Cargados con todo el equipaje entramos a
duras penas en el pequeño ascensor. En lugar de ponerse en marcha, se oye un
desagradable pitido. –Pulsa de nuevo!-. Nada. Otro pitido, pero no se mueve. Estupendo:
el ascensor no funciona. De modo que recogemos de nuevo los bártulos y bajamos
por la estrecha y empinada escalera, sorteando a inquilinos de otras plantas y
a los jubilados que suben a desayunar al comedor del primer piso.
Nuestras motos nos
están esperando en la calle, afortunadamente sin pretensiones recaudatorias
municipales pegadas a la pantalla, y tras cargarlas rodamos por las aún poco
transitadas calles, despidiéndonos de la ciudad.
Cerca del río,
Tizona en mano, Rodrigo Díaz -el Cid Campeador- nos permite marchar sin más,
viendo quizás en nosotros los herederos de aquellos caballeros que antaño le
acompañaron recorriendo llanuras y montañas. Añorando, tal vez, los tiempos en
que a lomos de Babieca recorría la península venciendo batalla tras batalla,
hace casi mil años.
Nos hemos equipado
con la “Configuración cebolla”, ya que salimos con 16º pero suponemos que la
temperatura ascenderá con rapidez, como así sucedió. Aprovechamos cada parada
para irnos quitando alguna capa, hasta quedar finalmente sólo con el equipo de
verano bien avanzada la mañana.
Rodeamos Madrid
por las radiales a fin de evitar el tráfico. Según Javier, en los kilómetros
finales de un viaje es cuando la probabilidad de tener un accidente es mayor,
debido al cansancio y a la sensación de que el viaje ha terminado, que hace que
disminuya el nivel de atención, de modo que procuro tener dicha advertencia
presente y conduzco con cuidado e intentando mantener la atención.
Nos detenemos a
comer un bocadillo de jamón y una coca-cola en Puerto Lápice. Cada vez hablamos
menos entre nosotros, y no, no es a causa del cansancio, sino del bajón
emocional que nos produce estar tan cerca del final.
Pasamos junto a mi
ciudad natal, Jaén, con 38º de temperatura. Nunca me acostumbré al calor del
verano en mi tierra, que sobre la moto no es en absoluto agradable. Continuamos
hacia Granada, y Javier se sobresalta al ver un radar de la Guardia Civil, pues
cree que le han “cazado”. Trato de tranquilizarle diciéndole que íbamos a
velocidad legal o quizá sólo muy ligeramente por encima, y, aunque no quedó muy
convencido, el tiempo me dio la razón pues nunca recibió la foto de “Recuerdo
de Granada”. Poco después paramos por última vez, en Loja. No necesitábamos
repostar ni descansar, era sólo una táctica dilatoria para prolongar
agónicamente los últimos estertores del viaje. Se acaba chico, esto se acaba.
Inevitablemente
llegamos a Málaga. Allí nos tomamos la última cerveza del viaje, acompañados
por “Tolito”. Foto y fuerte abrazo de despedida. Lentamente vuelvo a la
carretera para dirigirme a mi casa, ahora ya en solitario. Ruedo despacio,
saboreando los últimos kilómetros, y pensando que es la primera vez que he
viajado, y que hasta ahora sólo había hecho turismo. La sensación de libertad,
el no tener hoteles reservados, ni billetes de avión o barco, no saber dónde
voy a dormir mañana o esa misma noche, ni siquiera tener un itinerario definido,
han hecho mella en mí. Por desgracia, las responsabilidades familiares y la
economía no me van a permitir realizar muchos viajes de este tipo, pero ahora
sé que así es como quiero viajar.
Al llegar a mi calle, veo que en la puerta de mi casa me espera un comité de recepción compuesto por Begoña, mis tres hijos y mi hermana Maribel. Dentro, los niños han hecho incluso pancartas de bienvenida. Nos abrazamos todos alegremente. He llegado a casa. El viaje ha terminado. Pero dentro de mí crece la firme convicción de que habrá más viajes de este tipo. Sí, así se junten el cielo y la tierra que los habrá. Tal y como se solía decir: “El rey ha muerto, larga vida al rey”, así digo yo: “El viaje ha terminado, comienza el viaje!”
![]() |
¡¡Si hasta tengo pancarta de bienvenida!! |
Video y final
He tardado un año
en terminar este blog, por la absurda sensación de que una vez que publicase el
último día, el viaje realmente habría terminado. Las condiciones
socioeconómicas no presagian más viajes de este tipo de forma inminente, lo
cual me hacía refrenarme aún más en su publicación. No obstante, confío en que
en un par de años -o en tres, o...- pueda hacer otro viaje. ¿Islandia, Capadocia,
Tallín? Ya se verá. De lo que estoy seguro es de que, solo o acompañado,
volveré a rodar sin hotel, horario, ni destino concreto para el día siguiente.
Sólo un rumbo en la rosa de los vientos, un rumbo lejano, inconcreto. Para
poder recordar por las mañanas, siempre al montar en la moto, la voz de Javier
preguntándome: -Baduuu!!! ¿Hacia dónde vamos?- y mi propia voz, dándole siempre
la misma respuesta: -“¡Rumbo hacia el Nooorteee!-.
Gracias infinitas
a Begoña y a Javier por acompañarme. No podría haber elegido mejores compañeros
de viaje, y no es peloteo ni un convencionalismo, es la pura realidad. Aguantar
durante muchas horas sobre la moto, haciendo cientos de kilómetros diarios, sin
comidas “normales” y sin saber dónde vas a dormir, no está al alcance de
cualquiera, y Begoña lo hizo sin tener jamás una protesta, al contrario:
disfrutando de cada minuto del viaje. Y Javier ha sido el compañero ideal: divertido,
resolutivo, amable y comprensivo, y además abriendo camino con su inglés, mucho
más fluido que el mío.
Y gracias a ti,
seas quien seas, por estar leyendo este blog. A pesar de que en
realidad lo he escrito para mí, para no olvidar los detalles del viaje, me gustaría pensar que quizás te haya
servido para algo, tal vez para darte alguna idea de qué hacer o no hacer en alguno de tus viajes, o si no, al menos para entretenerte en
un día de lluvia, a pesar de sus evidentes carencias. No tiene más pretensiones, en realidad.
Perdonadme el desvarío
cultureta, pero no puedo resistirme a concluir este blog con el maravilloso e
inspirador poema de Constantino Cavafis: Ítaca.
Porque yo, ahora,
ya sé lo qué significan las Ítacas.
CONSTANTINO
CAVAFIS
(1863-1933)
ÍTACA
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
no temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Itaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Voy a
dejar también otra versión mucho más sencilla, el fragmento de "Viaje cap
Itaca" (Viaje hacia Itaca), de Lluis Llach, basado en el poema de Cavafis.
Aunque sin duda prefiero el original.
Cuando emprendes el viaje hacia Itaca
debes pedir que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
Debes pedir que el camino sea largo,
que sean muchas las madrugadas
en las que entres en un puerto que tus ojos desconocían
y vayas a ciudades a aprender de quienes saben.
Ten siempre en el corazón la idea de Itaca.
Has de llegar a ella, éste es tu destino,
pero no fuerces jamás la travesía.
Es preferible que se prolongue muchos años,
y hayas envejecido ya al fondear en la isla,
enriquecido por todo lo que habrás ganado en el camino
sin esperar que te ofrezca más riquezas.
Itaca te ha dado el hermoso viaje
sin ella no habrías zarpado.
Y si la encuentras pobre, no pienses que Itaca
te engañó. Como sabio en que te habrás convertido,
sabrás muy bien lo qué significan las Itacas.
Ráfagas al cielo por mi hermano, que no pudo ver este blog pero que sé que me acompañó en cada uno de los kilómetros de este viaje, y ráfagas por J.C., a quien los quitamiedos asesinos me privaron de conocer.
![]() |
VERY GOOD, VERY GOOD MY FRIEND!!! |
(Con permiso de Miquel Silvestre, "propietario del copyright" de la expresión! Jejeje)