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En la habitación
del hotel hay un hervidor de agua y sobrecitos de café e infusiones.
Desayunamos un café de sobre con alguna cosilla de comer de las que aún
llevamos en el equipaje, y nos ponemos en marcha.
El día ha
amanecido frío y gris, y no invita precisamente al buen humor. Bajo un cielo plomizo y amenazador, cargamos las
motos en el parking descubierto del hotel donde anoche las habíamos dejado aparcadas "by the face", mientras despotricamos aún de la camarera de anoche. Nos alejamos del Aeropuerto Charles
de Gaulle en dirección a París, sin ser conscientes del intenso
tráfico que nos vamos a encontrar. Cruzar París en hora punta: demencial. Pero
hacemos un descubrimiento asombroso: los “Carriles Autogenerables para Moteros”.
¿Ezoquéehloqueéhh? Pues resulta que los conductores de los coches de París,
cuando te ven acercarte a través de su espejo retrovisor, se apartan a los
lados generando un carril entre las filas de coches por los que circulan las
motos eludiendo el atasco. ¡Bien por los franceses, no todos son tan capullos
como la camarera! ¡Vamos, igualito que en España, donde los coches se cierran
para no dejarte pasar! Que digo yo: ¿por qué lo hacen? ¿Acaso creen que si no
nos dejan pasar, sus coches van a llegar antes? Puñetera envidia española…
Gallifante para los franceses, Ruperta para los españoles.
Las motos circulan
por estos estrechos carriles como poseídas por los demonios. Mi BMW cargada de
equipaje es mucho más ancha que las motos y que los inodoros perdón, escúteres franceses, y a pesar de que voy algo más rápido de lo que me parece prudente para
mi tamaño, las puñeteras motos gabachas me van pitando para que me aparte. De
vez en cuando encuentro un hueco entre los coches y me aparto para que pasen unos
doscientos enfurecidos energúmenos motorizados, que hacen que me pregunte por
qué puñetas los franceses no destacan en los campeonatos de motociclismo con
semejante cantera. Con este trajín, Javier y yo nos perdemos de vista en
algunos momentos, e incluso a veces los interfonos pierden la conexión debido a
la distancia que nos separa, a pesar de que siempre intentamos mantener el
contacto visual. En cualquier caso siempre nos reencontramos en pocos minutos.
Gracias a los Carriles Autogenerables, atravesar París se hace menos pesado de
lo que inicialmente nos tememos, aunque el tráfico es infernal.
Por fin salimos a
carretera abierta. Hace frío, Javier lleva ropa de verano así que se detiene
para abrigarse un poco más. Cerca de Orleáns encontramos un largo tramo de
obras y el tráfico se hace muy lento. Está claro que hoy no va a ser uno de los
mejores días para rodar.
Las carreteras por
las que cruzamos Francia de vuelta no son las mismas que recorrimos en el viaje
de ida, lo cual se nota, y mucho. El asfalto está en peor estado, y el tráfico
es más intenso. Lo único que no cambia es la abundancia de peajes. En uno de
ellos había un control de la “Gendarmerie” registrando vehículos, supongo que
buscando delincuentes o droga. Por un momento tememos que nos den el alto y nos
registren, lo que supondría tener que sacar todo el equipaje para luego tener
que volver a acomodarlo todo. Semejante circunstancia habría implicado un retraso
considerable y el consiguiente cabreo, tampoco desdeñable. Eso descartando que
les parezcamos atractivos y se les ocurra explorar nuestras cavidades
corporales, que fíate tú… Por suerte no les parecemos ni atractivos ni
sospechosos, y nos permiten continuar nuestro camino sin ninguna molestia. Es
curioso, recuerdo que a la ida sólo vimos un único gendarme en todo el
trayecto, circulando por la autopista en moto a más velocidad de la permitida y
en mangas de camisa.


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Esa pegata de Nordkapp wena, con sus mosquitos "espachurraos" y tooo...!! |
Sin incidentes
dignos de mención dejamos atrás el país vecino y volvemos a nuestra querida
España a través de Irún. Nos detenemos en la primera gasolinera que encontramos
para buscar alojamiento en Burgos, lugar donde hemos decidido pernoctar.
Mientras Javier consulta la base de datos de su GPS, entro al servicio de la
gasolinera. La impresión es demoledora: todo tiene un aspecto sucio, viejo, en
mal estado de conservación, y lo peor: un hedor insoportable. La comparación
con las gasolineras escandinavas es inevitable y terrible. Qué rabia y qué
vergüenza. Salgo en cuanto puedo de allí. Mientras, Javier ha reservado por
teléfono un hotel en el centro a buen precio, de modo que continuamos por la autovía
rodeados de preciosos paisajes en dirección a Burgos.
El hotel es
antiguo, pero barato y muy céntrico, así que nos vale. Aparcamos las motos
frente a la puerta del hotel, sobre la acera, ya que el recepcionista nos dice
que la policía ya no las importunará hasta el día siguiente por la mañana, y
para entonces nos habremos marchado. Subimos a la habitación. Es vetusta pero
limpia y correcta. Después de ducharnos, bajamos decididos a calzarnos un buen
chuletón para celebrar la última noche del viaje. El recepcionista nos aconseja
Casa Pancho, así que nos ponemos en marcha por las calles burgalesas, bastante
animadas como corresponde a la noche de un viernes de verano. Encontramos
fácilmente el restaurante en una bulliciosa calle llena de bares y
restaurantes, y nos acomodamos en una mesa de la planta superior. Para ir
haciendo boca pedimos una fuente de ensaladilla de bacalao que estaba para
chuparse los dedos, y mientras apurábamos unas cervecitas llamamos de nuevo a
la camarera para pedirle lo que llamarían los franceses el “plat de résistance”, o sea, el plato fuerte (principal),
que en este caso iba a ser un chuletón de un kilo para cada uno. La camarera
nos miró con escepticismo, y nos aconsejó inocentemente que pidiésemos sólo uno
para ambos, que el chuletón venía con una fuente de patatas y pimientos fritos
y ya habíamos dado cuenta de la ensaladilla de bacalao. Nos miramos el uno al
otro con una sonrisa en los labios, pero no quisimos contrariarla y le dijimos
que vale, que trajera sólo un chuletón, pero que el otro no lo dejara lejos
porque iba a caer en pocos minutos…como así fue, con su correspondiente fuente
de patatas y pimientos, todo ello bien acompañado de una botella de Ribera del
Duero, un Pago de los Capellanes que sabía a gloria bendita. Una cena fabulosa.
Mejor que en un kebab, oiga…
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El segundo chuletón de kilo. Ojú qué cena más rica!! |
Liquidados los dos
kilos de buey con todos sus avíos, salimos a dar un paseo para bajar la
comida… bueno, en realidad fuimos a un local que nos aconsejó la camarera, donde
nos pusieron las copas mejor preparadas que he tomado en mi vida. No sólo la
presentación era espectacular, con frutas y pétalos de rosa dentro de la copa,
sino que el sabor en sí era fantástico. Lástima no recordar el nombre del
local.
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La presentación, bien currada. Y de sabor, excepcionalmente buenas! |
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Uy qué ojillos tenemos ya... de sueño, ¿eh? Mal pensados! |
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Me da a mí que este toro está planeando vengarse de nosotros por habernos cenado a su primo... |
De vuelta hacia el
hotel, pasamos por la unión de las calle Santander con la Avenida del Cid, y
allí nos encontramos ni más ni menos que con un pedazo de toro de 900 kgs…de
bronce, eso sí. En mayo han inaugurado una fuente con ese bicharraco encima. Como
no podía ser de otro modo, a Javier se le ocurre que nos subamos al toro para
hacernos una foto. Me meto en la fuente, que no es más que una delgada lámina
de agua, e intento subirme al toro, pero desisto porque resbalo y temo caerme al
agua. Javier le pide a unas chicas que pasaban por allí que nos hagan la foto,
e intenta subirse al toro. Después de varios intentos, lo consigue y nos hacen
la foto
Pero claro, ahora hay que bajarse del toro…y siguiendo al pie de la
letra la tradición “Mesálica” de generar anécdotas, Javier resbala y se pega la
hostia padre en el agua!!!
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¡¡¡HOSTIACA!!! Momento exacto en que Mesala aterriza en el agua. O ameriza. O como leches se diga. |
Yo me descojono como podéis imaginar, y Javier no se
ríe menos que yo. Llorando de la risa le ayudo a levantarse y salir de la
fuente. Entonces veo que las chicas se marchan tranquilamente con la cámara de
fotos, y aprieto el paso detrás de ellas. Les digo que se dejen de cachondeítos
y que me den la cámara ¡pero ya! La morena larguirucha que hizo las fotos me la
devuelve contrariada y me dice: “No te pongas así, era para que me hablárais en
andaluz, que me gusta mucho” Me contengo y no le digo unas pocas barbaridades
en andaluz.
En fin, recupero la cámara y vuelvo junto a Javier, que intenta recuperar su dignidad recomponiendo su mojado aspecto, y entre risas por lo
sucedido continuamos camino. Al llegar frente al hotel, vemos que al otro lado
del puente hay música y varios chicos bailando coordinadamente, así que nos
acercamos a ver qué era aquello. En una especie de pub con terraza, un grupo de
chicos y chicas bailan en perfecta coreografía, probablemente serán de una
escuela de baile, o aspirantes a algún concurso de esos de la tele en los que
hay que cantar, o bailar, o hacer alguna chorrada similar. La verdad es que
son bastante buenos. Nos tomamos la última mientras aquellos chavales sudan
en el centro de la pista, y cuando terminan nos marchamos al hotel a
descansar.
El inquietante
recepcionista de noche nos abre la puerta. Tiene todo el aspecto de ser el
recepcionista de algún siniestro hotel sacado de una película de terror
clásica. Pero para mí, lo único verdaderamente terrorífico es que ésta es la
última noche de nuestro viaje.